El ochavo fue, pues, un distrito territorial con función estabilizadora ante los cambios originados por el avance de los repobladores.
Por los tributos que pagaban al cabildo catedralicio y al obispo de Segovia el año 1247, conocemos los núcleos de población más notables del siglo XIII.
Las aldeas sepulvedanas tenían cada una su Concejo con un alcalde pedáneo y ciertos oficiales, que administraban su divisa o término y rendían cuentas de su gestión a las Autoridades de la Villa.
Las competencias jurídicas de los Concejos aldeanos no existían; había que acudir a Sepúlveda para los más mínimos litigios.
Mientras Fuenterrebollo, Cabezuela y otras aldeas exigían tributos a los inmigrantes por avecindarse, Cantalejo, más acogedor, permaneció abierto a los nuevos vecinos sin reclamarles tales impuestos.
Parece obvio pensar que Fuenterrebollo ha podido sobrevivir gracias a la madera.
En este sentido, en un valioso documento del año 1761, el procurador Narciso Francisco Blázquez, en nombre de Cantalejo, Fuenterrebollo, Cabezuela, Sebúlcor y Navalilla, se dirigió al Consejo Real de Carlos III, para que hiciese justicia a estos pueblos, castigados con excesivo rigor por el alcalde mayor de Sepúlveda, bajo cuya custodia se hallaban los bosques del ochavo de Cantalejo.