Sus padres, que pertenecían a distinguidas familias y poseían una regular fortuna, lo estimularon y le dieron "una educación de lo más completa para la época".
[2] Francisco Javier Mandiola vivió su infancia en Copiapó, ciudad natal donde cursó sus primeros estudios, antes de ser enviado a la capital, donde terminó su educación en los colegios de los Zapata y del presbítero Romo, famosos en aquella época.
[3] Participó en numerósisimas muestras colectivas y recibió algunas distinciones (por ejemplo, medalla de oro en la Exposición Nacional de 1847); los principales museos chilenos guardan obras suyas.
Mandiola tuvo una primera etapa en la que se dedicaba mayormente a temas religiosos; de ejemplo puede servir su óleo Vírgenes, que fue muy apreciado en su época, y las copias de obras del pintor español Bartolomé Esteban Murillo, como El Crucificado y San José y el Niño, ambas destinadas a la iglesia de las Agustinas.
[3] Pero fue en el retrato en el género en el que Mandiola triunfó, alcanzando renombre en la alta sociedad chilena de entonces.