Francisca Josefa del Castillo

“Decían que aun cuando apenas podía andar, me escondía a llorar lágrimas, como pudiera una persona de razón, o como si supiera los males en que había de caer ofendiendo a Nuestro Señor y perdiendo su amistad y gracia.

[1]​ Por este tiempo, Francisca Josefa compró su propia celda, que tenía una tribuna con vista sobre la capilla y, por el otro lado, daba sobre un huerto con árboles frutales.

Esa celda se ha convertido en la actualidad en un destino turístico para quienes visitan el convento.

De ser así, Achury estaría en consonancia con historiadores como Jaramillo Uribe, quien argumenta el fuerte arraigo escolástico en la moral, la educación y el arte colombiano, pues durante décadas las lecciones impartidas en los claustros colombianos eran dominadas por las ideas aristotélicas y tomistas.

La estética tomista, por ejemplo, propone que la cualidad del arte es producir belleza que tenga un efecto de claridad espiritual, de guía hacia el Sumo Bien, siendo un medio para establecer los valores cristianos en consonancia a Dios.

Así, y dado que ella misma estuvo “sin poder entrar por camino ni hallarlo” (Afectos espirituales), espera ser un faro de luz que enseña con su experiencia y ascetismo a llegar a Dios.