Los llaman perezosos porque suelen pasar hasta 18 horas durmiendo y se mueven muy lento.
La extinción coincide en el tiempo con la llegada de los humanos, pero también se ha sugerido que contribuyó al cambio climático.
Los perezosos están completamente adaptados a la vida arborícola, desplazándose muy lentamente entre las ramas.
La razón y mecanismo de este comportamiento ha sido debatido durante mucho tiempo entre los científicos.
[9] comunicación química entre individuos;[10] recoger nutrientes traza en sus garras, nutrientes luego ingeridos;[11] y favorecer una relación mutua con las poblaciones de polillas de su pelaje[11][9] Recientemente surgió una nueva hipótesis, que da evidencia contra las anteriores y propone que todos los perezosos actuales descienden de especies que defecaban en el suelo y sólo no se dio suficiente presión selectiva para dejar ese comportamiento al ser muy escasos los casos de depredación al defecar.
Cuando deben cruzar un río donde la vegetación no forme puentes aéreos pueden nadar con rapidez.
Es probable que fuesen prácticamente bípedos agarrando las ramas de los árboles y arrancándolas con su peso.
[4] Megatherium era mayor que un elefante; Neomylodon persistió casi hasta la actualidad; otros géneros fueron Megalonyx, Mylodon y Eremotherium.
[14] Los antiguos Xenarthra incluían una variedad significativamente mayor de especies, con una distribución más amplia, que los actuales.
Los antiguos perezosos eran en su mayoría terrestres, y algunos alcanzaron tamaños que rivalizan con los de los elefantes, como fue el caso del Megatherium'.
Esta última evolución, hace unos 3 millones de años, permitió que megaterios y notroterios invadieran también Norteamérica como parte del Gran Intercambio Americano.
[15] En Perú y Chile, Thalassocnus se introdujo en el hábitat costero a partir del Mioceno tardío.
[13][20] Megalocnidae Nothrotheriidae Megatheriidae Megalonychidae Bradypodidae Scelidotheriidae Choloepodidae Mylodontidae Cladograma mostrando las relaciones filogenéticas, de acuerdo con Presslee et al.