Aunque el falso lenguaje del siglo XV está pergeñado con habilidad, ya se sospechaba en el siglo XVIII y XIX que era una colección falsa y en los siglos XIX y XX se terminó por descubrir la falsificación.
Ya en el siglo XVII se reconocía que Vera había retocado el supuesto original, que nadie había visto ni se ha encontrado nunca.
Salazar y Castro albergaba la esperanza de que se encontrara el original sin adulterar por los errores históricos de Juan Antonio de Vera, tal como lo entendió José Pellicer, a pesar del precedente del «falso epistolario» fraguado por fray Antonio de Guevara en sus Epístolas familiares en el siglo XVI.
En el siglo XVIII, incluso los hipercríticos fray Benito Jerónimo Feijoo y Gregorio Mayans y Siscar, así como el tradicionalista Pedro José Pidal y Eugenio de Ochoa, en el siglo XIX, también defendieron su autenticidad y explicaban sus errores históricos porque el conde de la Roca había interpolado algunas cartas por el prurito de que se hablase de su familia.
Fue Rufino José Cuervo, el filólogo colombiano, quien demostró, mediante un detenido análisis, que El Centón epistolario no era auténtico del siglo XV y recomendó que este texto y "el nombre del bachiller Fernán Gómez de Cibdarreal deberían borrarse (...) de la lista de autoridades".