Se denominan evangelios canónicos aquellos escritos neotestamentarios de carácter evangélico, redactados probablemente en el siglo I (algunos autores los datan como anteriores al año 70[1]) y admitidos en el canon o lista de libros aceptados por la Iglesia cristiana en general.
Los evangelios canónicos se distinguen así de los evangelios apócrifos, unas 70 obras que han llegado hasta nosotros completas o fragmentadas, y cuya composición no fue considerada por la Iglesia como inspirada por Dios.
No hay unanimidad acerca del momento en que estos evangelios se convirtieron en canónicos.
[2] Otros testimonios, como el Fragmento Muratoriano (hacia 170) o la obra Adversus haereses de Ireneo de Lyon (hacia 185), parecen indicar que entre el 150 y 200 existía ya cierta unanimidad sobre la inclusión en el canon de los cuatro evangelios mencionados.
Su confirmación definitiva como canónicos, sin embargo, con la exclusión de los manuscritos conocidos como evangelios apócrifos, no se produjo hasta finales del siglo IV.