Entre sus obras más reconocidas destaca el poema «Sollozo por Pedro Jara» (1978), que escribió como respuesta a la muerte prematura de su hijo.
En 1999 obtuvo el Premio Nacional Eugenio Espejo, máximo galardón cultural de Ecuador, como reconocimiento a su carrera literaria.
Ejerció además, durante muchos años, la cátedra de Literatura en los colegios Benigno Malo y Fray Vicente Solano.
[1] Ese año publicó sus primeras expresiones poéticas que dieron testimonio de la fuerza renovadora que le correspondió emprender para imponerse en una época y un medio denso y poblado de tradiciones.
Ese año apareció su segundo poemario titulado Tránsito en la ceniza en 300 ejemplares solamente, editados por la Universidad de Cuenca donde estudiaba; que tampoco logró conmover a la sensibilidad dormida del público lector y pasó desapercibido.
Para esa época ya había tomado el liderazgo de los poetas jóvenes en pugna contra los viejos y su poesía musicalista con resabios a modernismo.
La irrupción de Jara Idrovo constituyó según Hernán Rodríguez Castelo, «un episodio rico y hasta tumultuoso».
De allí en adelante siguió un largo silencio para cumplir grandes empresa líricas, algunas radicalmente renovadoras.
Efraín Jara Idrovo, Jacinto Cordero Espinosa, Eugenio Moreno Heredia y Arturo Cuesta Heredia eran poetas, Ramón Burbano relatista, Hugo Ordóñez Espinosa periodista y Francisco Estrella Carrión humanista.
Aunque no muy extensa, su obra refleja una personalidad individual determinante en el contexto de las letras ecuatorianas.
Por eso se ha dicho que Efraín Jara Idrovo es el poeta ecuatoriano que más ha experimentado en la aplicación, rica de recursos, de la lingüística, así sus oposiciones fonológicas o el tan penetrante círculo fatal.
En Añoranza y acto de amor, moroso, minucioso, donde abordó en un largo poema por primera vez la cópula.
En 1984 dio conferencias en varias universidades norteamericanas y estuvo residiendo tres meses por Europa.