El papa inicia solemnemente la encíclica recordando que habla en nombre de Jesucristo.
El mandato de Cristo: "id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado"[2] y la maternidad sobrenatural que corresponde a la Iglesia sobre los cristianos como hijos suyos.
La educación corresponde también a la familia que recibe inmediatamente del Creador es misión, se trata al mismo tiempo de un derecho y de un deber al que no puede renunciar.
Por otra parte, los poderes del Estado pueden ayudar, crear las infraestructuras y formular sus necesidades pero no puede suplantar a la familia en la atrea de educar a sus hijos.
Esta realidad hace que el papa denuncie cuatro errores prácticos que pueden producirse en la educación de los jóvenes: 1) un naturalismo pedagógico que omite la atención a los sobrenatural; 2) la afirmación de una pretendida autonomía y libertad ilimitada en el niño; 3) entender que una educación sexual meramente natural, sin acudir a los medios sobrenaturales, puede inmunizar de los peligros de la concupiscencia; 4) la coeducación, derivada del naturalismo negador del pecado original.