Destrucción de Santiago

[1]​ Los mapuches, protegidos por la empalizada de los disparos de arbacuz, hacían llover flechas y piedras sobre los defensores, que lograron resistir hasta el alba, con lo que contrarrestaron el ataque con medidas efectivas, pero su bajo número hacia imposible el descanso.El herido se alejaba un momento del frente para ser vendado con la manga de la camisa o con otro trapo por Inés Suárez,[3]​ y volvía a su puesto.[2]​ Los defensores no podían apagar el incendio sin abandonar las trincheras, ni los mapuches se lo habrían permitido.Advirtiéndolo Alonso de Monroy, le mandó quitar los grillos y peleó bravamente hasta el final.Muchos hombres daban por inevitable la derrota y se opusieron al plan, argumentando que mantener con vida a los líderes indígenas era su única baza para sobrevivir, pero Inés insistió en continuar adelante con el plan: se encaminó a la vivienda en que se hallaban los cabecillas, y que protegían Francisco Rubio de Alfaro y Hernando de la Torre, dándoles la orden de ejecución.Testigos del suceso narran que de la Torre, al preguntar la manera en que debían dar muerte a los prisioneros, recibió por toda respuesta de Inés "De esta manera", tomando la espada del guardia y decapitando ella misma al primero a Quilicanta y después a todos los curacas tomados como rehenes, y que retenía en su casa, por su propia mano, arrojando luego sus cabezas entre los atacantes.Murieron dos españoles, quedaron heridos casi todos, perdieron quince caballos y un número crecido de indígenas auxiliares.