Un antiguo riachuelo llamado Inopo se dirigía del monte Cinto al puerto de Furni.
La tradición dice que solo sufrió uno o dos terremotos, que fueron una advertencia a Grecia: el primero antes de la invasión persa (mencionado por Heródoto), y el segundo antes de la guerra del Peloponeso (mencionado por Tucídides).
Se ha especulado que corresponden a los piratas carios mencionados por Tucídides (I, 8) pero ningún resto arqueológico lo demuestra.
También se han hallado tumbas, lo que, según sostuvo H. Gallet de Santerre, implica, por la relación con los santuarios posteriores, que la isla ya entonces era un centro de culto;[5] actualmente esta tesis se considera indemostrable.
Delos fue el centro de una anfictionía a la que pertenecían las islas Cícladas.
Los atenienses instituyeron un festival en Delos para conmemorar el regreso de Teseo desde Creta.
La isla fue elegida como sede del tesoro de la alianza, si bien pronto se llevó a Atenas (454 a. C.).
Entonces florecieron nuevas fiestas en honor de la dinastía Ptolemaica como las Filadelfias y las Ptolemaicas, y precisamente por estas fechas Calímaco dedicó su himno a Delos a la potencia marítima de sus soberanos.
Organizada siguiendo el modelo de Atenas, Delos acogió en su cuerpo social a numerosos extranjeros, que veían en la isla, aunque desprovista de puertos naturales, una excelente escala intermedia en las rutas entre Occidente y Oriente.
Los mercaderes procedían de todo el Mediterráneo: Egipto, Siria, Fenicia e Italia.
Estrabón dice que en un solo día se llegaban a vender dos mil esclavos.
El bronce de la isla (aes deliacum) era muy apreciado y se utilizó para muchos barcos hasta que el bronce de Corinto, inventado más tarde, le sustituyó.
Durante las guerras mitridáticas la isla fue devastada, y ya no se recuperó del todo.
El Buleuterio, sede del consejo de la ciudad, está mal conservado.
Un porche formado por dos columnas servía de vestíbulo a la estancia occidental, la más importante, donde los pritanos y sus huéspedes celebraban las comidas.
El lado oriental de la zona sagrada quedó cerrado en época helenística por una gigantesca construcción, el llamado Monumento de los Toros, cuya función ha planteado serias dudas a los estudiosos.
Al norte del pórtico de Antígono se extiende el ágora romana, con el lago sagrado, secado en nuestros días, y la famosa «Terraza de los Leones» dispuestos aquí para la protección simbólica del sitio.
Una sexta fiera fue llevada como botín a Venecia, junto con otros leones llevados de Grecia, a finales del siglo XVII y fue colocada montando guardia en la puerta principal de su arsenal.
Algunos años más tarde, se amplió la zona sagrada con una gigantesca terraza porticada, a la que daban, por el oeste, una exedra con un mosaico delante de ella y, por el este, en la parte media, un pequeño teatro capaz de contener a 400-500 espectadores.
De hecho no solo era fácil capturar esclavos, sino que el mercado, amplio y rico, no se hallaba muy lejos, en Delos, capaz de acoger y vender 10 000 esclavos al día.
La causa de esto era que los romanos, enriquecidos tras la destrucción de Cartago y Corinto, utilizaban muchos esclavos, y los piratas, viendo que podían sacar un fácil provecho, hicieron florecer particularmente aquella actividad, no solo saqueando, sino también traficando con esclavos.
Ni siquiera los rodios les prestaban ayuda, porque tampoco estaban en buenas relaciones con estos.
Sin embargo, para este tipo de función resultan inexplicables ciertos elementos estructurales.
En primer lugar, que se trate de una plaza porticada cerrada por el exterior.
En segundo lugar, las dos entradas, una al oeste y otra en el lado opuesto, tan estrechas que solo podía pasar una persona a la vez.
En efecto, una vez arribada al puerto, la nave desembarcaba su cargamento, que era llevado inmediatamente a la plaza.
Sin duda, fue necesario cerrar las exedras porque los esclavos no debían sentir simpatía por aquellos personajes que habían alcanzado un posición preeminente, precisamente gracias a su venta.
Vitrubio dice que las ricas mansiones helenísticas poseían dos peristilos: uno femenino, en el que se reunía y vivía toda la familia, y otro masculino, con estancias mucho más suntuosas donde el hombre recibía a sus amigos sin ser molestado por su mujer.
Los dos peristilos no se comunicaban entre sí, ya que cada uno tenía una entrada independiente desde la calle.
En el caso de las mansiones aún más ricas, a los dos peristilos se añadía una pequeña casita que acogía a los huéspedes de la familia, también con entrada propia, de tal modo que el huésped al no tener que pasar por la casa del anfitrión, se encontraba como en su propia casa.