Si es ceñido al cuello y no pende, se denomina gargantilla.
El collar tiene una existencia mucho más remota que otros complementos comunes y antiguos como el anillo y el brazalete, pues se han encontrado en antiquísimas sepulturas prehistóricas de la época paleolítica, cuentas de collar hechas con conchas de Nassarius gibbosulus o Nassarius kraussianus hallados en el abrigo rocoso de Skuhl (Israel),[1] Oued Djebbana (Argelia),[1] Cueva de las Palomas (Marruecos)[2] o cueva Blombos (Sudáfrica),[3] con unas cronologías que van más allá de los cien mil años de antigüedad en el primer caso, noventa mil en el segundo, ochenta y dos mil en el tercero y unos setenta y cinco mil en el cuarto.
Los antiguos, y en especial los romanos, tenían tres especies de collares; los que distinguían con los nombres de monile, torques y collare.
[4] En la Edad Media siguió una tendencia parecida prevaleciendo el uso de cadenillas que daban varias vueltas y que en la civilización bizantina llevaban pendiendo medallas o monedas de oro y pedrería y en la arábiga, piezas con filigranas.
En la Edad Moderna, sobre todo en los siglos XVI y XVII, se utilizaron collares de gruesas bolas huecas y afiligranadas o caladas, siempre como adorno femenino.