Pero en la China imaginada por los artesanos, los mandarines vivían en preciosos paisajes montañosos con puentes de telaraña, llevaban parasoles floreados y vivían en sutiles construcciones de bambú acechadas por dragones y fénix mientras en los alrededores los monos se balanceaban en sus árboles.
Se construyeron «villas chinas» en Drottningholm, Suecia y Tsarskoe Selo, Rusia.
También se rindió un sobrio homenaje a los adornos de la primera etapa Qing.
Empezaron a construirse pequeñas pagodas en los salones, y otras mayores en los jardines.
El término también se empleó en las críticas literarias para describir un determinado estilo, como el atribuido a Ernest Braham en sus relatos sobre Kai Lung, a Barry Hughart y Stephen Marley en sus serie Chia Black Dragon (aunque Marley rechazó que le asociaran con el estilo chinoiserie, acuñando en cambio su propio término: «gótico chino»).