[3] A partir del Concordato suscrito con la Santa Sede en 1953, la Iglesia católica refuerza su hegemonía dentro de las decisiones censorias, por lo que los criterios católicos (mandamientos) y morales (palabras malsonantes, escenas sexuales, etc.) forman parte de las decisiones censorias.
Manuel L. Abellán ha propuesto diferenciar entre una época «gloriosa» y otra «trivial» de la censura franquista.
Se incluía tanto la prensa como la radio, así como a los medios extranjeros que operaran en España.
El caso más antiguo conocido se produjo en Córdoba al día siguiente de la sublevación.
Es la nación española batiéndose contra los enemigos de la Patria» (Goebbels dio instrucciones similares a la prensa alemana).
Los aliados alemanes ya advirtieron en septiembre del problema que suponía la inexistencia de «una propaganda única y centralizada».
[33] Y siempre quedaba el recurso al control del papel para limitar o impedir la actividad de determinadas editoriales (Aguilar recurrió al papel biblia, que no estaba sujeto a cupos, para editar autores clásicos como Shakespeare o Cervantes; las que publicaban libros populares recurrieron al papel de embalaje, barato y libre de controles).
El caso más conocido fue el del libro del falangista Rafael García Serrano La fiel infantería, una obra que había recibido en 1943 el Premio Nacional de Literatura José Antonio Primo de Rivera, que no gustó al arzobispo de Toledo Enrique Pla y Deniel quien finalmente consiguió que se retirara.
[39] Otro conflicto fue el suscitado por la obra del escritor alemán Ernst Wiechert La vida sencilla que la jerarquía eclesiástica española la consideró luterana y blasfema (la obra incluía ilustraciones que dejaban «en ridículo a dogmas fundamentales de la Iglesia», se alegó).
[40] Probablemente la de prensa fue la censura que tuvo un funcionamiento más eficaz durante el primer franquismo.
[41] Como no existía la libertad de información (los modelos eran la Alemania nazi y la Italia fascista) los periodistas eran servidores del «Nuevo Estado».
En cuanto a la música se notaba la influencia de la normativa nazi ya que estaba prohibida «la llamada música "negra", los bailables "swing" o cualquier otro género de composiciones que estén en idioma extranjero».
En cuanto a las películas extranjeras la censura tenía un amplio campo de actuación en el doblaje porque podía modificar completamente su significado, lo que en alguna ocasión rozaba el ridículo (como en una película americana en la que la heroína movía la cabeza con un gesto negativo mientras decía «¡Sí!»).
Su reglamento otorgaba un lugar preeminente a la Iglesia católica dado que, según el artículo 4.º, el voto del representante eclesiástico en la Junta «será especialmente digno de respeto en las cuestiones religiosas y será dirimente en los casos graves de moral en los que expresamente haga constar su veto».
[56] Los delegados locales eran clave en el sistema de censura porque se debía realizar un ensayo general con él presente para que la obra pudiera representarse aunque ya contara con la aprobación del Departamento de Teatro.
Así se decía, por ejemplo, se impuso una multa de 500 pesetas a un trapecista cómico por haber «realizado ciertos gestos obscenos en el transcurso de su trabajo» que «fueron omitidos el día del estreno» (la empresa fue multada con 1000 pesetas).
Por contra, las distintas editoriales, autores y traductores optaron por una cierta autocensura como estrategia para intentar eludir el control gubernativo.
En 1969, Fraga fue sustituido por el más conservador Alfredo Sánchez Bella, del Opus Dei.
En esta nueva etapa se vuelve a una fuerte censura de películas, especialmente por cuestiones morales o sexuales.
Para justificar la censura a Separación matrimonial, del director Angelino Fons, se adujo que «la mujer española, si se separa de su marido tiene que acogerse a la religión o aceptar vivir perpetuamente en soledad».
Estas salas ofrecían sesiones de cine erótico y pornográfico a bajo precio para los españoles.
En 1973, El último tango en París de Bertolucci llegó a exhibirse con subtítulos en castellano para los clientes españoles, que abundaban en dichas salas de cine fronterizas con España (en los primeros seis meses del año vieron la película 110 000 personas solo en Perpiñán, con apenas cien mil habitantes).
Eran nombrados por Orden publicada por el ministro, a propuesta de los directores generales encargados.
A esto habría que añadir una asignación variable en función de los libros inspeccionados.
Las obras en idiomas regionales, francés e italiano se computarán en un 150 por 100; en inglés, o que presenten dificultades extraordinarias por la materia o el tema, en un 200 por 100, y las obras en alemán e idiomas eslavos u orientales en un 300 por 100.
Aquellas en catalán, euskera, gallego, francés e italiano se cotizaban a 150 pesetas.
Esto hizo que muchos compaginaran esta dedicación con otras como periodistas, traductores o editores de textos.
En 1956 se organizaron y mandaron una carta al director general de Información, Florentino Pérez Embid, para pedir la mejora de las condiciones laborales y un aumento del salario: "no es ningún secreto que sobre los lectores fijos pesa un intenso trabajo, de gran responsabilidad: tienen que examinar 500 libros mensuales", reza su carta.
[4] Dentro del segundo periodo se encuentran destacados lectores, como Ricardo de la Cierva, A. Barbadillo, Faustino Sánchez Marín, Álvarez Turienzo, Vázquez, Francisco Aguirre, Castrillo, entre otros.
Por último, Abellán da a conocer una lista de los censores afectos a la Inspección del Libro durante el año 1954, subdivididos en "personal administrativo" y "personal técnico", donde figuran lectores especialistas y lectores eclesiásticos.