La corrala toma elementos de otros dos edificios típicos del Madrid barroco: las casas a la malicia y los patios adaptados a corrales de comedias.
[8] Benito Pérez Galdós, como después Baroja, Corpus Barga, y otros muchos novelistas precursores del realismo social del siglo XX, dibujó la corrala madrileña con pincel velazqueño —es decir, "con precisión y cariño"—; así puede leerse en estos párrafos de Fortunata y Jacinta, una de sus obras más conocidas: «Chicooo... mia éste... Que te rompo la cara... ¿sabeees...?».
También había baile en el patio, por lo general el chotis y la mazurca, aires propios de la época.
Así, al final del siglo XVII, la afluencia de campesinos a la gran capital del Imperio propiciaría una economía de usura en los alquileres urbanos.
Una situación que evolucionará en todos sus aspectos negativos a lo largo del siglo XIX, con corralas masificadas, rentables y funcionales.
La transición española ofreció un nuevo capítulo de especulación urbanística e inmobiliaria.
A partir de finales del siglo XIX se construyeron en hierro los mencionados "pies derechos".
La cuestión higiénica del retrete común se resolvía con uno o dos por planta, que estaban situados en los extremos del corredor y cuya limpieza correspondía a los propios vecinos que cubrían por turnos este trabajo.
Pese a su tamaño reducido cada una de estas viviendas solía estar habitada por familias numerosas.
[15] En la comunidad había dos personajes de autoridad importantes: la portera y el administrador o casero.
La portera velaba por los vecinos, por el inmueble, por las buenas costumbres, etc. y era por lo general una figura muy respetada.
Su estructura de corrala sirvió ya desde sus orígenes como posada perteneciente a la orden de Mercedarios, y que le sirvió para obtener recursos para liberar a los esclavos.
[19] En la propia calle Tribulete hay otra corrala restaurada y muy cuidada con un patio ajardinado cuyo mantenimiento corre a cargo e los vecinos.