Miró empezó esta serie el mismo año que se publicaba el Manifiesto del Surrealismo de André Breton.
Para Joan Miró el campo simbolizaba el saber natural histórico, y además reflejaba su identidad catalana.
La obra demuestra los lazos que Miró mantiene con su tierra a lo largo de toda su carrera artística.
En esta serie desarrolla aún más el lenguaje iniciado en obras como Paisaje catalán (El cazador).
La secuencia seguida por Miró ha sido interpretada en varias ocasiones como una progresiva simplificación de la misma escena.
[2] Christopher Green, a su vez, comenta que no se trata exactamente de una evolución lineal hacia la simplificación, sino más bien un dilema, una discusión interna entre el deseo del artista de vaciar y al mismo tiempo llenar el espacio pictórico.