Bernardino Pérez Sarmiento

Perdonó a sus villas los desmanes cometidos durante la revuelta irmandiña, por lo que terminaron aceptandolo como señor.[1]​ De un lado el señor Bernardino y, del otro, estas villas gallegas apoyadas por varios oficiales reales a los que el que sería conde de Rivadavia consideraba instigadores.[2]​ Por otro lado, los mismos problemas plantearon las intromisiones permanentes y abusivas del señor en la jurisdicción de sus villas.[1]​ Así, Mucientes querrelló contra él a comienzos del siglo XVI por malos tratos y véjamenes, y en el mismo sentido los monasterios de la región señalaron a Bernardino como uno de los más voraces encomenderos gallegos.[1]​ Murió en Valladolid en 1522, poco después de donar los bienes que poseía a sus hijas.