La invitación, en realidad, no dejaba margen para la negativa, y todo gesto en el sentido de conservar los gobiernos anteriores a la Revolución fue interpretado como hostil.
Belgrano inició su avance desde Itapúa hacia Asunción encontrando a su paso las casas abandonadas, cultivos destruidos y la ausencia de ganado que los lugareños habían arreado hacia el norte o escondido en los montes.
Dos días después Belgrano hizo lo mismo con el resto de sus fuerzas y viendo que persistía la actitud negativa de la población modificó su estrategia a una más prudente y conservadora pero que a larga debilitaría progresivamente su capacidad ofensiva.
En sus Memorias, escrita varios años después, Belgrano justificó así la decisión estratégica de aquel momento:
Tampoco se percató que la misma invasión transformaba a su ejército en una usina generadora de mayor pertenencia e identidad en el pueblo paraguayo.
La misma consistió en retirarse en profundidad para alargar la línea logística de su adversario y obligarlo a derivar recursos para defenderla.
Estas patrullas, cuando fueron detectadas, dieron lugar a algunos enfrentamientos intrascendentes, como fue el caso del combate de Maracaná.
Esta región era conocida por los hermanos José y Ramón Espínola y Peña que fueron contratados por Belgrano en septiembre de 1810, no solo por sus importantes contactos en la provincia del Paraguay, sino porque ellos mismos tenían propiedades en esa zona o sus familiares administraban pueblos guaraníes.
Lo mismo sucedía con Manuel Cabañas, que tenía dos estancias grandes cerca del río Tebicuary.
[11] Al cruzar el río Tebicuary, Belgrano superó la segunda línea defensiva que disponía Velasco para frenar su avance hacia Asunción.
Sumando los fusiles del arsenal, más los que se habían traído de Candelaria y los requisados en los pueblos, estos no alcanzaban las 500 unidades.
Artigas informó que más allá del arroyo, a unos 4 km, se veía "mucha gente".
Este ataque no se realizó y mereció a posteriori el siguiente comentario del general José María Paz: "¡Rara operación!
Para esta maniobra aprovecharía la llanura existentes al sur, entre Paraguarí y el cerro Mba'e.
Cabe aclarar que el capitán José Ramón de Elorga, antes de esta reunión, había aconsejado a Belgrano esperar a ser atacados para "explorar bien todas las fuerzas del enemigo y por sus movimientos conocer si estaban diestros en las armas".
Las sorprendidas tropas paraguayas se dispersaron por los bosques linderos al arroyo Yukyry, afluente del Caañabé.
Rota la línea quedó expuesta una batería paraguaya de 5 cañones ubicada en el centro la que tuvo que abandonar rápidamente su posición dejando un cañón "clavado" (se colocó un clavo en el lugar de encendido u "oído" para inutilizarlo) y llevándose los restantes.
Velasco abandonó rápidamente su cuartel y se retiró con su Estado Mayor hacia la cordillera de los Altos.
Machain ordenó entonces la inmediata retirada comenzando con las fuerzas que habían quedado fuera del pueblo.
Envió adelante su reserva, al mando del ayudante mayor Francisco Sáenz, quien lo hizo a galope tendido hacia Paraguarí.
Pese a un fuego intenso que duró quince minutos, Perdriel no logró progresar.
Convocada una reunión, y con excepción del capitán Campos, todos estuvieron de acuerdo en la retirada aduciendo que los soldados estaban muy acobardados.
El grueso del ejército paraguayo avanzó detrás a una o dos jornadas de marcha.
Dejó en poder del enemigo 14 muertos y 126 prisioneros, o sea el 20% de las dos columnas atacantes, entre ellos varios oficiales, 2 cañones, armas menores, municiones y, sobre todo, 150 fusiles de mucha importancia para los paraguayos, que aumentaron su escaso parque en un 30%.
Llegado a la capital Elorga entregó el oficio y ocho días después le comunicaron que quedaba degradado de su empleo.
En ambos casos la Junta sacó y luego devolvió los despachos creando incertidumbre sobre si había sido correcta o no la decisión de Belgrano y/o vulnerando su autoridad.
Tampoco se percató que la misma invasión transformaba a su ejército en una usina generadora de mayor pertenencia e identidad en el pueblo paraguayo.
Sin embargo, al mismo tiempo y en contraposición, diversos rumores provenientes del teatro de operaciones sostuvieron lo contrario.
La violencia que se instaló en todas partes "partiendo" los vínculos de parentesco, amistad, corporación, también se instaló en el lenguaje que fue usado para denigrar al "otro" y dotarlo de diferente identidad social, étnica y política.
[33] Por esa razón Belgrano nombró a los paraguayos como "insurgentes", "velasquistas", "solo tienen el nombre del Rey en la boca", "esclavos del rebelde Velasco", "malvados y enemigos de esta causa", "canallas limítrofes", "agentes de Napoleón", "facciosos", "rústicos", "salvajes", "inicuos matuchos".