[2] La crítica más "furibunda" a los jesuitas fue la del dominico Melchor Cano -lo que iniciaría una larga rivalidad entre las dos órdenes—.
Propagaban una religiosidad de nuevo estilo, acomodada a la sociedad renacentista y barroca, mientras que las órdenes tradicionales seguían apegadas al legado medieval.
Cuando murió Ignacio de Loyola en 1556 Lucas Oleander afirmó que el fallecido había bajado a los infiernos.
Sus colegios tenían rentas propias y subvenciones otorgadas por los municipios de las poblaciones donde prestaban sus servicios".
[4] Por último, los jesuitas se dotaron de una escuela filosófico-teológica propia, basada en lo esencial en Santo Tomás de Aquino, lo que "produjo encarnizadas polémicas" teológicas con otras órdenes religiosas, especialmente con los dominicos y los agustinos.
[7] Este mismo autor cita la colección de cartas que recibió el jesuita Rafael Pereyra entre 1634 y 1648 -que fueron publicadas dos siglos más tarde- en las que sus corresponsales, también jesuitas, relataban las faltas, vicios e incluso crímenes cometidos por miembros del clero regular.
Así que Carlos III rompiendo la tradición de los Borbones nombró como confesor real al fraile descalzo Padre Eleta.
[12] En 1811 el liberal anticlerical Bartolomé José Gallardo en su famoso Diccionario crítico-burlesco recogió las críticas hechas a los jesuitas en los tres siglos anteriores:[13] El republicano moderado Emilio Castelar atribuyó las posiciones reaccionarias de la Iglesia (Syllabus, encíclica Quanta Cura, Concilio Vaticano I) a la «fuerza negra» de los jesuitas.
[15] A principios del siglo XX destacó el sacerdote Segismundo Pey Ordeix que escribió numerosas obras contra los jesuitas, entre las que El jesuitismo y sus abusos —publicada en 1901— tal vez sea la más representativa.