Juan Francisco Amancio González y Escobar fue un sacerdote paraguayo católico evangelizador del Gran Chaco.
Durante los veinticinco años de ministerio sufrió con sus comarcanos y vecinos, el asedio constante de los indígenas del Chaco que hostilizaban el territorio, robando, matando y tomando cautivos a los pobladores.
Vivir entre ellos, ganar de alguna manera su confianza, e incorporarlos a la vida civilizada.
Igual ocurría cuando al gobernador realizaba alguna que otra visita oficial; lo hacía con una fuerte escolta y toda su comitiva.
Refiere al respecto monseñor Agustín Blujaki, conocedor de la vida del misionero: Frente a tan difíciles parroquianos, en vez de disminuir las bondades del buen Padre, se acrecientan día a día.
Gonzaléz expresó: La continua ladronada que se experimenta cada día, cada semana, cada mes, cada momento.
Todo se roba, la ropa, el recado, las herramientas, los cuchillos, los lazos, el bastimento.
Los indígenas habían montado un estrecho cerco de pequeños grupos familiares cuya única finalidad era mantener vigilia sobre potreros y aguadas, de los que podían arrear con facilidad el ganado.
En agosto de 1904, el cura Fidel Maíz propuso levantar un monumento en homenaje al presbítero Amancio González.
Una calle del barrio Vista Alegre de Asunción lleva su nombre.