[28][29] Y Pedro I de Castilla, por su parte, estableció su campamento «sobre los Visos y cerca del Campo», como indicó Fernández de Béthencourt, y mientras se hallaba allí los sitiados le comunicaron que estaban dispuestos a recibirle en la ciudad como a su rey legítimo siempre que entrara sólo y sin la presencia de sus aliados musulmanes del reino de Granada, a lo que el monarca dio una respuesta «cruda y llena de amenazas».
[28][25][31] Y Alfonso Fernández, bajándose del caballo y besando las manos a su madre con «extraordinaria reverencia» le respondió: «Señora, al Campo vamos y allí se verá la Verdad»,[28][25][32] aunque otra versión del relato asegura que Aldonza López le dijo a su hijo: «Por la leche que mamaste de mis pechos, que no entregues la ciudad».
[32] Después, los cordobeses abandonaron sus posiciones y, después de atacar vigorosamente, consiguieron recuperar el castillo del Puente, que es el lugar que en la actualidad ocupa la torre de la Calahorra.
[28] Y en la batalla que se libró a continuación, que es conocida popularmente en Córdoba como la batalla de los Piconeros[33] u oficialmente como batalla del Campo de la Verdad,[23] los cordobeses derrotaron completamente a sus enemigos y consiguieron capturar un riquísimo botín,[25] siendo parte de ello relatado en un pasaje de la Crónica del rey Don Pedro:[34] Después de la victoria los cordobeses repararon los muros de la ciudad y la fortificaron convenientemente y esa noche celebraron el triunfo con «fiestas, danzas y luminarias».
[35] Y posteriormente el monarca granadino, que se hallaba ufano por su triunfo en Jaén, regresó a Córdoba con más tropas y dispuesto a tomarla, pero al darse cuenta de que los defensores, que seguían dirigidos por Alfonso Fernández de Montemayor, estaban bien fortificados y preparados para repeler cualquier ataque, ni siquiera llegó a formalizar el asedio.
[36]El rey Muhammed V de Granada volvió a Andújar, de la que no logró apoderarse, y desde allí se dirigió a Úbeda, cuya ciudad incendió aunque no pudo tomar su castillo, pero en cambio sí consiguió tomar las poblaciones de Bélmez, Cambil, Alhabar, Turón, Ardales, Cañete la Real, El Burgo y Las Cuevas, y después se dirigió a Utrera, consiguiendo capturar durante toda la campaña a más de once mil cristianos.
[38] Sin embargo, Francisco de Paula Cañas Gálvez afirmó que el adelantamiento estuvo en manos exclusivamente de Alfonso Fernández, e ininterrumpidamente, entre los años 1370 y 1380.
[75] Y también destinó a su hijo mayor la villa y el castillo de Alcaudete, que había recibido del rey Enrique II, y en caso de que su hijo primogénito muriera legaba todos esos bienes a sus otros hijos varones.
[75] Al segundo de sus hijos, Fernando Alfonso, le legó la villa[76] y el castillo de Albendín con todo su heredamiento y seis casas en Castro del Río, más la Torre de Don Lucas con su heredamiento y las casas principales que poseía en la collación de San Nicolás de la Villa, a lo que añadió la heredad que llamaban del Maestre-Escuela y que el testador había comprado al cabildo catedralicio de Córdoba junto con otros bienes.
[75] Y al mismo tiempo ordenaba que:[75] En su testamento también legó a su mujer cuatro ruedas de aceña en Écija, llamadas de Juan Ibáñez, unos batanes y otros muchos bienes a fin de que no tuviera que casarse de nuevo, aunque a su muerte esos bienes pasarían a sus hijas.
[71] Y el testador ordenó al mismo tiempo, como señaló Fernández de Béthencourt, que a su muerte ninguna persona se vistiera con «luto de jergas», sino exclusivamente con mandiles y tan sólo durante nueve días, y que su esposa e hijos y criados no hiciesen luto por el difunto «ni se rascasen, ni se mesasen» bajo pena de sufrir su maldición.
[75] Y el testador también legó a su sobrina Inés 13.000 maravedís «de la moneda vieja» para su casamiento y mencionó en su testamento las numerosas mercedes que había recibido de los reyes Juan I y de su padre, Enrique II.
[78] Y a la muerte de Alfonso Fernández, como señaló Nieto Lozano, dejó «una casa nobiliaria correctamente constituida» a cuyo frente quedaría su hijo primogénito, Martín Alfonso de Córdoba.
[79] Y en el documento donde se consignó la fundación de la capellanía, que fue aprobado y ratificado por todos sus hijos, consta que ella era ya la tutora de los mismos.
[41] Sin embargo, estos últimos, que también eran señores de Montemayor, lo perdieron en 1779 por no haber realizado «ciertos reparos» necesarios en la cripta sepulcral de la capilla, como señaló Nieto Cumplido.