Cuando el Emperador Justiniano cedió a los árabes el derecho de vender la seda, éstos le expresaron su gratitud llamando a todos los bazares al-Kaysar-ia, o sea, "el lugar del César"[1] En el bazar, además de las tiendas, se podían encontrar fondas para que los comerciantes se alojaran durante sus estancias.
Estaba protegido a modo de ciudadela, mediante casa-muro: un cuadrilátero con frentes al Zacatín (Saqqâtîn o calle de los ropavejeros), Tinte (Darbalcata o calle de los tinteros), Oficios y Bibarrambla, provisto de nueve puertas que daban acceso al zoco, las cuales se cerraban durante toda la noche, impidiendo así el paso, y guardas vigilaban las calles interiores.
En aquella época destacaba ya el pavimento de mosaico con motivos románicos y árabes,[4] número que se redujo a la mitad en las dos centurias siguientes (117 puestos en 1787), debido a la decadencia paulatina del arte de la seda.
Para paliar sus efectos se abrieron otros negocios textiles (paños, lienzos, oro, lino), así como trabajos en cuero, zapatos, cacao, especias, etc. Se accedía al conjunto por 10 puertas (una más que en época islámica), de cuyos arcos pendían cadenas de hierro que lo identificaban como de privilegio real e impedían el paso de cabalgaduras, mientras que en su cara interna se ubicaban altares o tribunas con imágenes devocionales dedicadas a Nuestra Señora.
[2] Se concentraban las tiendas en la parte occidental, más cercana a Bibarrambla, donde dominaba el carácter mercantil.
Existió una ermita en la calle que lleva ese nombre, en el cruce con un pasaje lateral.