Madame d'Aulnoy en sus memorias viajeras por España,[4] hacia 1690-91, describe a los 'azacanes' como aguadores que "cargan un burro con varios cántaros grandes y los llevan por la villa.
Van vestidos con una bayeta ordinaria con las piernas al aire y sandalias o alpargatas, simples suelas con cuerdas atadas."
Así quedan retratados en 1501, cuando el Concejo de la Villa advierte "que los aguadores no vayan corriendo con los asnos, porque acaece topar e derribar muchas personas e hazer muchos daños, so pena destar diez días en la cadena".
[7] La variada documentación distingue tres tipos de aguadores que podrían llamarse 'profesionales': A estos habría que añadir los vendedores ambulantes, muchos de ellos chiquillos o mozas de cántaro, que iban por la ciudad voceando su mercancía, "¡agua fresca!
[nota 2] Estos últimos eran muy populares en las procesiones religiosas o actos públicos diversos.
[nota 3] Las aguas de los viajes madrileños, famosas y ponderadas como "excelente agua dulce, delgada y finísima" desde el siglo XVII,[nota 4] eran, al parecer ricas en sulfatos, sales de cal, magnesia y sosa, según el estudio que de los materiales del subsuelo hizo Philip Hauser en 1902).
Así parece contarlo en su Aguadora, una pequeña y lozana muchacha que, con un truco óptico propio del genio del pintor de Fuendetodos, mira al espectador desde su altura ficticia, mientras pasea la cántara encajada en la cadera y lleva en la otra mano un cestillo con copas o vasos para beber.