Para mantener la ficción de la continuidad de su reino con los Omeyas, mantuvo a un títere que se hacía pasar por el califa Hisham II, pero tras su sometimiento a Fernando I, conde de Castilla, la ficción era ya inútil por lo que anunció que el pretendido Hisham II había muerto, habiéndole nombrado sucesor y emir de todo al-Ándalus.
[2] Equiparado muchas veces a los príncipes italianos del Renacimiento, fue poeta y mecenas, pero al mismo tiempo hizo gala de extrema crueldad con sus enemigos, fue traicionero con sus fieles y utilizó con frecuencia el veneno.
Aunque hizo la guerra contra todos sus vecinos, raramente aparecía en el campo de batalla, sino que dirigía a sus generales, en los que no confiaba, desde su residencia del Real Alcázar.
Mató con sus propias manos a Ismaíl, uno de sus hijos, que se había rebelado contra él.
Acostumbraba a preservar los cráneos de los enemigos que había matado.