Las figuras femeninas fuertes dominaban películas como Hembra (Female), Carita de ángel (Baby Face) y La pelirroja (Red-Headed Woman); los gánsteres de El enemigo público (The Public Enemy), El pequeño César / Hampa dorada (Little Caesar, 1931) y Scarface, el terror del hampa (Scarface) parecían más bien héroes que villanos.
Los personajes malvados sacaban provecho de sus acciones, a veces sin mayores repercusiones.
Sin embargo, otras estrellas que triunfaron en este periodo, como Ruth Chatterton, Lyle Talbot y Warren William (alias «el rey de la época pre-code») quedaron en el olvido del público general en solo una generación.
En 1929, Martin Quigley, editor laico católico de la revista cinematográfica Motion Picture Herald, y el presbítero jesuita Daniel A.
[10] El código no solo determinaba aquello susceptible de exhibirse en pantalla, sino que, además, defendía los valores tradicionales.
[11] Las relaciones extramatrimoniales no podían escenificarse como atractivas, de modo que pudieran levantar pasiones, ni tampoco representarse como adecuadas.
[12] La figura de la autoridad debía tratarse con respeto y el clero no podía representarse en tono cómico o pérfido.
[18] Joy tenía que revisar 500 películas al año con una plantilla escasa y con poca autoridad.
Este fue un período en el cual, en ocasiones, se ridiculizó la época victoriana por su perfil ingenuo y retrógrado.
En 1931, el diario cinematográfico The Hollywood Reporter se burló del reglamento y en 1933 Variety hizo lo mismo.