Tras las guerras de Toyotomi Hideyoshi, su sucesor Tokugawa Ieyasu ansiaba establecer un gobierno absoluto y unificado en Japón, luchando así por suprimir, por la persuasión o la violencia, todo desafío a sus planes.Cabe destacar que en estos tres casos las operaciones de intercambio comercial se realizaban en pequeñas islas, zonas específicamente alejadas del territorio japonés propiamente dicho, siendo que el bakufu en realidad apreciaba mantener un contacto reducido con el mundo exterior, lo suficiente para conocer avances tecnológicos y la situación político-económica externa (especialmente apreciada al contactar con la dinastía Ming de China y con los neerlandeses), pero lo bastante restringido para evitar influencias foráneas sobre el pueblo nipón.Asimismo debe tenerse en cuenta que a los extranjeros participantes en el intercambio del sakoku se les prohibía estrictamente salir de dichas zonas para entrar en territorio japonés, salvo para visitas de homenaje ya programadas hacia la corte del shōgun donde sus movimientos eran muy limitados y vigilados.[1] Desde fines del siglo XVIII hubo intentos desde el Imperio Ruso, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña por contactar con Japón, ya fuera enviando embajadas o desembarcando comerciantes, pero tales intentos siempre fracasaron pues las autoridades japonesas ordenaban el inmediato reembarque de los extranjeros, impidiendo todo contacto entre extranjeros y japoneses, además de negarse firmemente a recibir embajadas de cualquier tipo.Entregada la misiva, Perry se marchó con sus naves, advirtiendo que volvería al año siguiente para recibir la respuesta japonesa (lo cual cumplió).