En la segunda obra de Williams, "The Long Revolution" (1961), decisiva para los estudios culturales, define la cultura como una forma de vida que se expresa tanto en el comportamiento cotidiano como en el arte y la literatura.
Hijo de un empleado del Ferrocarril, nació en Lanfihangel Crocorney, Gales, Reino Unido.
[1] De esta forma, Raymond Williams inicia estudios sobre la mediología y la sociología contemporánea.
En la actualidad sentimos necesidad de saber qué ocurre en otras partes del mundo porque no sólo tenemos intereses en nuestro entorno inmediato o nacional.
En otros países podemos tener intereses económicos o conocer a gente por la que nos preocupamos.
Aun así, la TV también se ha introducido en sociedades que ni siquiera han llegado a la revolución industrial.
Cuando un inventor desarrolla una salida a un problema, puede estar manifestando tanto una fantasía propia como un deseo común.
Con la radio, el cine y la fotografía, el imaginario tecnológico había demostrado poseer los elementos constitutivos de la comunicación televisiva.
Desde este punto de vista, la TV no ha comportado una innovación tecnológica radical, sino una combinación.
Sin la posibilidad de capilaridad (llegar a muchos hogares), la TV habría encontrado dificultades en su génesis.
Esto no contradice la teoría de la capilaridad necesaria en la génesis del fenómeno televisivo.
Al contrario que las anteriores tecnologías comunicativas, la radio y la televisión eran sistemas concebidos sobre todo para la transmisión y la recepción como conceptos abstractos, con poca o ninguna definición previa de contenidos.
El medio televisivo alcanza su madurez cuando adquiere su estructura de flujo, y ésta no es una característica negativa en sí misma.
El arte, por tanto, concentrará algo más en su cielo que vientos frescos y tonificantes.
De la misma manera que la “publicidad representativa”, como señala Habermas, pierde su autonomía con el advenimiento de la burguesía; la democratización del arte no sólo instaura un nuevo poder, sino que en su estela engendra una nueva e inevitable sombra.
[2] Años atrás, en su artículo «Advertising: The magic system», Williams ya señaló que la publicidad se había transformado en el «arte oficial del capitalismo» al haber elevado los bienes materiales a un nivel semiespiritual.