Las naves espaciales robóticas que permanecen en órbita alrededor de un cuerpo planetario son satélites artificiales.La humanidad ha logrado el vuelo espacial, pero solo unas pocas naciones tienen la tecnología para los lanzamientos orbitales: Rusia (RSA o "Roscosmos"), los Estados Unidos (NASA), los estados miembros de la Agencia Espacial Europea (ESA), Japón (JAXA), China (CNSA), India (ISRO), Taiwán[1][2][3][4][5] (Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología Chung-Shan, Organización Nacional del Espacio de Taiwán (NSPO),[6][7][8] Israel (ISA), Irán (ISA) y Corea del Norte (NADA).Los primeros intentos no mágicos para alcanzar el espacio aparecen en la segunda mitad del siglo XVIII, utilizando los precarios métodos disponibles en la época.No obstante, este relato sigue perteneciendo todavía al género de la fantasía épica.Años después, H. G. Wells seguiría usando el método del cañón en La guerra de los mundos (1898), pero en este caso con destino a Marte.Todas las naves espaciales hasta la fecha constan de dos partes: Los cohetes impulsores funcionan con combustible químico, ya sea sólido o propelente líquido, mientras que las naves pueden funcionar con motores químicos, nucleares, iónicos o incluso mediante velas solares.Siendo por el momento la propulsión química la única con referentes en la realidad práctica, debería suponerse más abundantes los ejemplos de su uso en la ciencia ficción.Aun así se ha convertido en el emblema de toda una época y autores como Ray Bradbury, en Crónicas marcianas (1950), lo asociaron a su obra de manera casi indisoluble (si bien es posible que el tremendo calor del verano del cohete no fuera producido por combustión).En La Luna es una cruel amante, Robert A. Heinlein, ya en 1966, utiliza una catapulta electromagnética para acelerar carga desde una base lunar a la Tierra y el mismo mecanismo es usado por Arthur C. Clarke en el relato Maelstrom II, de 1965.Buscando un modo de utilizar más eficientemente la energía atómica surgió el Proyecto Orión, que consiste en utilizar una explosión atómica para producir plasma, que al chocar contra un plato en el vehículo espacial, generaría un enorme impulso.Además, necesita una masa de reacción mucho menor gracias a las altas velocidades que alcanza el plasma.Sin embargo, un pequeño fallo en el proceso de detonación puede destruir la nave, así como todo lo que haya a su alrededor.Sin embargo, la antimateria es difícil de producir y altamente inestable, lo que complica su uso.Los agujeros de gusano son muy conocidos entre las películas, series y videojuegos (Star Wars, Interstellar o Stargate, por ejemplo), un fenómeno no comprobado científicamente que hace saltos en el espacio-tiempo.El inconveniente es que la cantidad de energía requerida para un viaje así sería desproporcionada.