El narrador, que no indica su identidad en ningún momento del relato, pero alude a su patronímico al explicar que sus antepasados se llamaban Grinberg; pero como este nombre sonaba demasiado judío, se le cambiaron dos letras, por lo que la familia se llama Grimbert, nació en la Francia de la posguerra.
Por otro lado, se convierte en un consumado luchador y gimnasta, desarrollando su cuerpo al mismo tiempo que su encanto.
Tiene una breve aventura antes de conocer en el gimnasio a Tania, una hábil buceadora, modelo y estilista en sus ratos libres, que vive con su madre costurera.
Esta pasión, apenas adivinada por la propia Tania, queda en suspenso con el nacimiento de Simón.
Pero la verdad se le manifiesta a Hannah durante una reunión familiar en el estadio deportivo cuando capta la mirada de Maxime puesta en Tania.
La situación es mucho más precaria para Hannah y Louise, que se han quedado en París esperando luz verde: escapan por poco de una gran redada que se lleva a los padres de Hannah.
Esther y Louise muestran sus nuevos papeles falsificados, que son aceptados sin objeciones por el gendarme a cargo.
Poco después, Tania sufre una hemorragia cerebral y Maxime, incapaz de soportar la situación, se suicida con ella.
Al pensar en esos entierros, concedidos con gran pompa a perros, cuando un niño no tuvo derecho al suyo, el autor se siente abrumado por una intensa emoción, pero se niega a expresar su ira.
Grimbert confiesa: “Escribir es el medio que he encontrado para hacer mi trabajo de duelo.
Esto lo entendí hace muy poco tiempo: cada uno de mis libros es una pequeña tumba.
el libro es en realidad este misterio "[3] El crítico literario Niklas Bender elogió la novela y comentó: "Grimbert cultiva la frase corta, discreta [...] Gracias a este estilo inocuo, el novelista logra crear una situación convincente de forma inesperada: bajo la superficie lisa, su narración desarrolla un rasgo que atrapa al lector.
El lector lo ve, sufre y disfruta: experimenta la triste felicidad de presenciar una tragedia, impotente, pero fascinado".
[4] La crítica Maike Albath destacó que "Philippe Grimbert narra con levedad y revela suavemente los secretos de la familia.
Porque para el joven la verdad es una salvación: puede enfrentar los fantasmas del pasado, madurar a través del dolor profundo y asumir el duelo en lugar de sus padres.