En San Mateo (Huarochirí) quedaron arruinadas unas 18 casas; hubo desprendimientos de rocas en los cerros vecinos que dejaron inutilizados los caminos de acceso al interior del país.
[1] En Lima, el gobierno del mariscal José de La Mar tomó las providencias inmediatas para evitar pillajes u otros males subsecuentes.
Piquetes de escuadrón de la policía salieron a resguardar el orden y ayudaron a derrumbar las construcciones demasiado dañadas que constituían un peligro latente para los vecinos.
La ciudad se hallaba intransitable por los escombros y la gente pernoctaba en los descampados, temerosa de que otro movimiento terminara por desplomar sus viviendas.
No hubo un recuento exacto de víctimas; inicialmente se estimaron en 30.