La tierra que denominó terra pinguis se consideraba portadora del principio de inflamabilidad.
Su nombre podría traducirse como tierra grasa o tierra oleaginosa, que en alquimia se conoce con el nombre de azufre, aunque Becher empleó también otras expresiones para designarla, entre ellas azufre flogisto.
Finalmente fue la palabra flogisto la que acabó imponiéndose, gracias sobre todo a la labor del más efectivo defensor de sus ideas, Georg Ernst Stahl.
[1][2] Terra pinguis era el elemento que confería propiedades aceitosas, sulphurous, o combustibles.
[1] Becher no tuvo mucho que ver con la teoría del flogisto tal como la conocemos ahora, pero ejerció una gran influencia sobre su alumno Stahl.
[4] La idea de Becher era que las sustancias combustibles contienen una materia inflamable, la terra pinguis.
Su definición más citada se encontró en el tratado de química titulado Fundamenta chymiae en 1723.
Pott propuso las siguientes propiedades: Las formulaciones de Pott no proponían una teoría nueva, sino que simplemente aportaban más detalles y hacían que la teoría existente fuera más accesible para el hombre común.
Como se entendía que aquellos cuerpos que arden sin apenas dejar residuo como, por ejemplo, el carbón, estaban compuestos principalmente por flogisto, para reintegrar el metal a la herrumbre añadiríamos flogisto, o lo que es lo mismo, un cuerpo muy rico en flogisto, así: herrumbre + carbón = metal.
[8]El estudiante escocés de Joseph Black Daniel Rutherford descubrió el nitrógeno en 1772, y ambos utilizaron la teoría para explicar sus resultados.
Se había observado desde muy antiguo que cualquier sustancia arde durante un periodo limitado si la cantidad de aire disponible es igualmente limitada (en caso de hallarse, por ejemplo, en un recipiente estanco).
A pesar de la aparente contradicción, para los alquimistas, lo que fallaba no era la teoría sino su planteamiento.
Dado que algunos autores nunca fueron alquimistas y, a lo sumo, solamente fueron aprendices de alquimia, estos asumen que se debe ganar o perder peso obligatoriamente en todas las reacciones.
En la alquimia, un mineral se considera un ser vivo del mismo modo que un polluelo, e igualmente si tenemos cada uno de los principios constituyentes por separado, al reunirlos por el método alquímico se restituye de nuevo el ser.
Si se hubieran recogido todas estas volatilizaciones en un recipiente, sería luego posible restituir la vida al polluelo en forma de huevo reuniendo sus tres principios siguiendo los métodos alquímicos, en un nuevo nacimiento.
La alquimia, por tanto, no compartía las elucubraciones de Stahl, que mezclaba alegremente compuestos siguiendo el razonamiento al que había llegado, ignorando completamente todas y cada una de las reglas y regímenes del fuego.
En la Edad Media, los alquimistas, los antecesores de los químicos, tenían como meta fundamental modificar su ser interior para alcanzar un estado espiritual más elevado y pensaban que con la transmutación de los metales en oro podían lograrlo.