Tauromaquia y literatura
Así, Unamuno explicaba que no le gustaban las corridas, no porque fuese un espectáculo cruento, sino porque se perdía mucho tiempo hablando de ella y esto explicaba la formación cultural de sus espectadores.Posteriormente, la Generación del 27 en su mayoría fue amante de la fiesta, sobre la cual escribieron, pintaron y esculpieron.[2] Antonio Machado deja clara su postura en su obra Juan de Mairena: «Con el toro no se juega, puesto que se le mata, sin utilidad aparte, como si dijéramos de un modo religioso, en holocausto a un dios desconocido.» Ortega y Gasset, al igual que otros autores como el académico José María de Cossío, realizaba un paralelismo entre las corridas de toros y la historia de España: Otros intelectuales contemporáneos, como Enrique Tierno Galván, subrayaron, en abierta contradicción con los del 98, el carácter socialmente pedagógico de la tauromaquia: «Los toros son el acontecimiento que más ha educado social, e incluso políticamente, al pueblo español».Entre los artistas vivos que defienden el toreo se encuentra el peruano Mario Vargas Llosa.Otros defensores del toreo, como el catedrático Andrés Amorós, argumenta que nadie ama más al toro que un buen aficionado a las corridas: «nadie admira más su belleza, nadie exige con más vehemencia su integridad y se indigna con mayor furia ante cualquier maltrato, desprecio o manipulación fraudulenta.»[4] Además de estas obras en 1943 se publicó el primer volumen de la enciclopedia taurina que se conoce popularmente como El Cossío y que ha continuado reeditandose al menos hasta 2007.