Además, occidente aún no es capaz de renunciar a la creencia en su propia superioridad, a pesar de los crecientes signos opuestos que indican que se está convirtiendo cada vez más en una civilización individual como muchas otras.
Los derechos humanos, la democracia y la justicia, al menos en la retórica, se han aceptado en todo el mundo.
Sin embargo, aquellos que se enorgullecen de haber inventado esta universalidad todavía reclaman un derecho privilegiado para definir su contenido.
Bessis destaca la hipocresía con la que el norte aplica estos estándares: un estándar para China, con su enorme mercado potencial, otro para los estados africanos menores, uno para la opresión musulmana de las mujeres en Teherán, otro en Riyadh.
Además, Bessis admite que aunque occidente no quiera admitir o someterse a esta dirección, inevitablemente se verá empujado, voluntariamente o no, a ubicarse finalmente de manera realista en el mundo.