Renovado el año siguiente su imperium (esta vez en calidad de propretor), en la primavera entró nuevamente en la Lusitania y asoló su país.
Cuando los lusitanos enviaron una embajada protestando por la violación del tratado que habían hecho con Atilio, a la vez que prometían observar los términos del acuerdo con fidelidad, Galba recibió amablemente a los embajadores y lamentó que las circunstancias, especialmente la pobreza de su país, los hubiera inducido a la rebelión contra los romanos.
Les prometió tierras fértiles donde se podrían establecer para cultivarlas y habitarlas con sus familias, efectuando asentamientos bajo la protección de Roma si permanecían leales.
También recibió críticas de Catón el Viejo, quien ya contaba con ochenta y cinco años, por su conducta.
La discordia reinante también llegó al Senado, pero se resolvió al final que nadie debía ser enviado a la península ibérica y que Quinto Fabio Máximo Emiliano, el cónsul del año anterior, debería seguir al mando del ejército en Hispania.
[2] Apiano afirmó que, a pesar de ser muy rico, era extremadamente tacaño y que no tenía el menor escrúpulo en mentir o cometer perjurio siempre y cuando con ello pudiera obtener beneficios económicos.