La primera en reclamar la denominación fue Bizancio, ciudad refundada con el nombre de Nueva Roma por Constantino (año 330), que se convierte en la Segunda Roma, nueva sede imperial en Oriente del Imperio Romano.
Con el tiempo, fue conocida como Constantinopla, ciudad que guardaría y protegería al Imperio Romano hasta su fin definitivo en 1453.
El Sultán otomano, no obstante, también reclamó para sí la herencia imperial romana-bizantina (mientras que la legitimidad religiosa islámica, la sucesión de Mahoma, la tenía la figura simbólica del Califa de un llamado «quinto califato» que también está sujeto a cómputos significativos —en la actualidad el «sexto califato» es una de las pretensiones del islamismo—[2]).
Se considera arquetípica la oposición entre los romanos, perpetuos emigrantes, pragmáticos, favorables al mestizaje y el sincretismo; y los atenienses, plantas del jardín de Atenea, estrechamente ligados a la tierra, incluso en el carácter de sus héroes ctónicos.
[10] Nueva Jerusalén, una expresión de origen bíblico, es utilizado como concepto espiritual o político, según el caso, por distintas ramas del judaísmo y el cristianismo.