[1][2] Similares en su métrica y estructura a los romances tradicionales, solían caracterizarse por su selección de temas truculentos o sucesos insólitos.
Sin formato físico en su origen, como patrimonio de la literatura oral,[1] los romances de ciego, para facilitar su comercio como objeto en venta, empezaron a imprimirse en un pliego doblado hasta conseguir ocho páginas y sin encuadernar, ilustrado con dibujos o grabados que mostraban los pasajes más llamativos de la historia (grabados que solían ser usados en relatos diferentes).
Varios autores han dedicado momentos de su obra a la figura conocida como el ciego de los romances,[11] cuentacuentos, músico, gacetillero, histrión monótono y melodramático, desde el siglo xvi hasta el xx.
Lo definió Peter Burke en su libro dedicado a La cultura popular en la Europa moderna, como «creador-transmisor ya desde el origen de la literatura».
Lo cantó el arcipreste de Hita en el xiv,[12] y desde entonces el ‘compositor-cantor-vendedor’ ha dado vida a una completísima iconografía (desde el primitivo grabado al cine contemporáneo).