A su vuelta, siguió cultivando la relación entre España y Guatemala, llegando a presidir el Instituto Guatemalteco de Cultura Hispánica.
Regresó,[4] sin embargo, y a los pocos meses (3 de septiembre de 1980) fue asesinado[5] por dos personas que viajaban en moto, cuando conducía a su trabajo.
Le acribillaron con 52 tiros, por ser «culpable de leer libros y no callarse delante de atrocidades del calibre como la anteriormente mencionada».
[6] Hacía tan sólo unos días que había inaugurado la nueva sede[7] del Instituto Guatemalteco de Cultura Hispánica en la Plaza de España, no pudiendo llegar a disfrutarla.
Tres décadas más tarde, todavía su nombre (al igual que otros muchos) es recurrente en los informes y solicitudes de justicia[8] en Guatemala.