Tanto Lenin como Trotski creían en la necesidad de dirigir al socialismo hacia una revolución mundial.
La diferencia fue que el segundo proponía un camino centrado en la participación obrera real, a diferencia del programa soviético que posteriormente demostró su ánimo de alejarse de la participación popular.
En la Tercera Internacional ya quedaba plasmada esa necesidad, que de alguna manera Karl Marx había elaborado mediante su idea de dictadura del proletariado.
Este llevó a la URSS, piloto de esa revolución mundial, a una crisis de estancamiento e inflación que no pudo superar, a diferencia de los capitalistas liberales, porque el rígido programa de los socialismos gobernantes no contemplaba algo que Marx ya había advertido: el éxito del capitalismo está en su fracaso: las crisis cíclicas que le permiten reiventarse.
Sin embargo, las luchas sociales contra el neoliberalismo a fines de los 90 tienen el mérito de reposicionar la resistencia anticapitalista siendo las insurrecciones y desobediencias civiles en distintas regiones, materia prima para una reformulada revolución mundial del siglo XXI.