Incluso algunos autores sugieren extender su duración hasta 1990, en las postrimerías del gobierno de Mijaíl Gorbachov, quien abandonaría su cargo sólo unos meses después.
Durante ese período, la "deslealtad ideológica" seguía siendo castigada (aunque no tan brutalmente como en tiempos de Iósif Stalin), y cualquier crítica contra el comunismo, los líderes del Partido, la literatura oficialmente promovida, o incluso comentarios sobre típicos hechos desagradables de la vida diaria (como las largas colas o el cuasi-permanente desabastecimiento) eran lisa y llanamente tildadas como "propaganda anti-soviética", con las graves complicaciones subsecuentes que les podían llegar a acarrear a quienes las osasen formular.
En todo caso, más bien servían para tratar de calmar un poco las críticas contra la URSS sobre ese tema en particular.
En la vida social, por un lado, este período se caracterizó por la paz y la estabilidad, garantizadas por un Estado bastante benefactor.
[6] Entre 1956 y 1976, se construyeron en la Unión Soviética 44 millones de nuevas viviendas, más que en ningún otro país del mundo.
La nueva y pretendida Carta Magna decía que "La sociedad socialista desarrollada" (развитое социалистическое общество, transliterado como razvitóie sotsialistícheskoie óbschestvo) "es un paso natural, lógico en el camino hacia el comunismo".
[13][14] Brézhnev pronunciaba (y todos los demás lo seguían, a fin de no contradecirlo) "razvítoie (óbschestvo)", con el acento en la segunda sílaba, dejando espacio para sonrisas burlonas, mientras su auditorio trataba de adivinar qué podría significar realmente esa "nueva palabra", si se refería a algo bueno o malo (compárese con las palabras castellanas "pérdida", "perdida" y una hipotética "perdidá").
Muchos escritores oficiales ni siquiera osaron mencionar indirectamente el estancamiento económico o la relativamente visible represión política que se experimentó durante el largo régimen de Leonid Brézhnev (1964-1982).