Retrato del artista adolescente
Retrato del artista adolescente (A Portrait of the Artist as a Young Man, en inglés) es una novela semiautobiográfica escrita por el escritor irlandés James Joyce, publicada en formato de serial en la revista The Egoist, entre 1914 y 1915, y como libro en el año 1916.Novela de aprendizaje, o Bildungsroman,[1] es la historia de un muchacho llamado Stephen Dedalus, que es el alter ego del propio autor, por lo que en ella aparecen muchos eventos basados en la vida real del escritor.La obra está contada desde el punto de vista del propio Stephen (nombre que pudiera ser alusión a san Esteban, primer mártir cristiano), cuya subjetividad se va desarrollando a lo largo de cinco episodios o capítulos.Muy característico de la obra, y del hacer de Joyce, es la evolución estilística que exhibe el Retrato, progresión que el autor hace coincidir con las sucesivas etapas en la vida del protagonista.Esta mezcla de estilos alcanzará su máxima expresión en Ulises (1922), obra maestra del autor, en la cual repite protagonismo Stephen Dedalus.[7] La novela arranca plasmando las sensaciones de un niño pequeño en primera persona (estilo indirecto libre).Stephen Dedalus disfruta de su aún corta vida y se asombra con las muchas cosas nuevas que la misma va poniendo ante sus ojos; le gusta sobre todo escuchar los cuentos de su padre, Simón Dedalus.Ante la insistencia de aquellos, enfrentándose a su vergüenza, transmite sus quejas al rector, quien las acepta parcialmente.Durante el mismo, las palabras del padre Arnall sobre el pecado y las terribles torturas infernales que acarrea cometerlo, asustan a Stephen, haciéndolo sentirse miserable, impuro y poco humano.Arrepentido y como parte del retiro, va a confesarse, pero fuera de la escuela, pues se sentía muy avergonzado por sus actos.De esta manera, da en comer sólo lo necesario, nunca por placer, consumiendo además lo que le sea desagradable a manera de autocastigo; lleva a cabo prácticas similares con sus otros sentidos.Mientras tanto, en su vida escolar también ha surgido un cambio, lo cual llama la atención del rector de Belvedere, quien decide instruirlo para que sirva a la iglesia, pero Stephen no muestra mucho interés en el tema.El Stephen universitario es persona más madura e instruida que comienza a descubrir sus dotes literarias.En esta etapa, es considerado un alumno "revolucionario", como le dice McCann, compañero de estudios con quien no comparte opiniones.[15] La intensidad, la brillante elocuencia de estas páginas es comparable a aquellas en que se expone la «lógica, original e intransigente» exposición estética de Stephen; en tales páginas el autor alcanza profundidades filosóficas no vistas antes en él.Este entusiasmo pudo transmitirse a Joyce, quien tal vez se precipitó al rematar el final de la novela.[24] Según observó Katie Wales en su estudio The Language of James Joyce, Stephen, por otra parte, como su autor, siempre ha vivido fascinado por las palabras: «Stephen —sigue García Tortosa—, en Retrato del artista adolescente, desde la niñez siente una especial curiosidad por las palabras y los sonidos; para él, la aprehensión de la realidad, más que por las sensaciones, le llega a través de la lengua, que se revela como una verdad de mayor solidez que la materialidad del mundo.más arriba): «Stephen no parece darse cuenta de que "forjar" tiene un doble significado: "dar forma, modelar" y "hacer pasar una cosa por otra, falsificar".Joyce ha forjado un vívido, evocador, verosímil, sincero, incluso a veces irónico, retrato de Stephen, un retrato que al desmenuzar las duplicidades del lenguaje explota los significados potenciales que laten en la realidad de su propia vida.Hay pasajes de excelente diálogo en Stephen el héroe de que carece el Retrato, en que la humanidad y espontaneidad se pierden llamativamente frente a la estudiada autoconciencia omnipresente del protagonista.[31] Este rasgo en los personajes del Retrato también ha sido examinado en profundidad por W. Y. Tindall en su A Reader's Guide to James Joyce.[39] Al publicarse por primera vez, el libro recibió críticas favorables casi unánimes.No le escatimaron elogios Ezra Pound, Lady Gregory («una autobiografía modelo»), W. B. Yeats, T. S. Eliot, Dora Marsden ni H. G. Wells, quien alabó «esta memorabilísima novela» por su «quintaesencial y constante realidad».[42] En 1977 la novela fue adaptada al cine por el director Joseph Strick, con guion de Judith Rascoe.