Posteriormente, la advocación al santo fue trasladada a la actual capilla de San Miguel donde se instaló un retablo barroco.
[4] Dos siglos más tarde se instaló un coro en el centro de la nave que limitaba el espacio y dificultaba las actividades del gremio.
Su formación se realizó entre Valencia, Tarragona y Barcelona, si bien no se descarta que pudiera haber visitado Cerdeña o Nápoles, que formaban parte de la Corona de Aragón.
Desarrolló su máxima actividad en Barcelona a partir de 1448, donde creó un taller que prácticamente monopolizó la realización de retablos en Cataluña durante la segunda mitad del siglo XV, una vez muertos Bernat Martorell y Lluís Dalmau.
[10] En los primeros años de su carrera, donde se encuadra esta obra, el autor manifestó un aire figurativo propio del estilo italiano.
Esta corporeidad no alcanza, sin embargo, la sensación escultórica que Robert Campin o Jan van Eyck dan a sus figuras, pero se aproxima.
Destaca la voluntad del artista para crear la ilusión de espacio, si bien el vínculo entre primer término y fondos no siempre está bien trabajado.
Se le representa dirigiendo los ejércitos celestiales contra Satanás y los ángeles rebeldes, expulsándolos del cielo.
San Miguel es también el psicopompo que se encarga de pesar las buenas y malas acciones en el Juicio Final, una función derivada de las divinidades paganas del Anubis egipcio y el Hermes griego.
[15] La gran extensión de su devoción se difundió en la segunda mitad del siglo XIII mediante la Leyenda áurea de Jacopo della Voragine, donde se narran varias leyendas del santo.
La Batalla del cielo es el segundo escenario que termina en la caída de los ángeles rebeldes citado en el Apocalipsis.
Dos de estas representaciones, la Lucha contra el dragón en la tabla central, y el Combate con el anticristo figuran en este retablo.
Las tablas que se conservan de las calles laterales corresponden a acontecimientos protagonizados por San Miguel.