Al conocerse este movimiento, rápidamente se reunió el Congreso, a cuyo local acudió el ejecutivo para exponer la angustiosa situación en que se hallaban por no contar el gobierno con más fuerza para su defensa que la del Batallón n.º 7 y la guardia nacional comandada por Pablo Obregón, novata y poco numerosa.
Es en ese instante que el general Antonio López de Santa Anna que aún permanecía siendo procesado en la capital, quizá para distinguirse o para sanar sus penas de su Expedición a San Luis Potosí se presentó ante el Congreso y se ofreció como mediador.
Estas acciones del gobierno y las actitudes de Nicolás Bravo y Vicente Guerrero que pronto arribaron a la capital con sus fuerzas, produjeron un rotundo éxito que animó a las fuerzas de Lobato que habían secundado el Plan de Hernández a desertar y deponer las armas.
[1] El movimiento antiespañol apareció de manera tan alarmante, que se envió al general Guadalupe Victoria, miembro del poder ejecutivo.
Con esto terminó el movimiento, y como el asesinato de Machado había producido una indignación general, Victoria ordenó se enjuiciara a los asesinos.