Un año después, la Confederación Alemana del Norte hizo una constitución y se convirtió en estado.
El príncipe Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, apoyado por el primer ministro prusiano Bismarck, actuó como candidato para la sucesión real en España.
Napoleón exigió una disculpa oficial de Prusia y la renuncia general de los Hohenzollern y Sigmaringer al trono español también para el futuro, que King no quiso aceptar.
En el centro del pasillo había un altar, donde los participantes celebraban un servicio de adoración, al final del cual todos los presentes cantaban la canción Nun danket alle Gott (en español: Ahora, demos todos gracias a Dios).
Al final de la galería había un podio elevado, en el que se encontraban Guillermo I y los diversos príncipes.
Entonces, el Gran Duque de Baden gritó "Su Majestad, Kaiser Guillermo", y los otros asistentes repitieron tres veces.
La ceremonia terminó, aunque los hurras continuaron afuera de las tropas desplegadas.
La fundación del Imperio alemán tuvo lugar en una mezcla contradictoria de modestia y grandeza.
Bismarck, sorprendentemente, criticó abiertamente el comportamiento del Emperador; el emperador no se veía a sí mismo como el que tenía autoridad sobre los príncipes, sino como un maestro de la guerra que triunfaba con sus fieles.