A partir de entonces, Arquías se quedó residiendo permanentemente en Roma para conseguir la ciudadanía romana.
Cicerón defendió a su antiguo profesor en juicio en el año 62 a. C., solo meses después de pronunciar sus famosas Catilinarias.
Su objetivo es llamar la atención sobre la profesión de Archias y apelar a su valor en la cultura romana, como declara en las líneas 20-22: Continúa con este enfoque en las líneas finales de esta sección, donde propone que, incluso si Archias no estuviera inscrito como ciudadano, sus virtudes deberían obligarnos a inscribirlo.
Usa la retórica del dramatismo para desacreditar el caso de su oponente, Grattius, a quien aquí nombra.
La literatura cuenta y celebra los logros, por lo cual muchos nobles romanos tenían un poeta que los escribiera.
VII: “Si ex his studiis delectatio sola peteretur, tamen (ut opinor) hanc animi aduersionem humanissimam ac liberalissimam iudicaretis.
Nam ceterae neque temporum sunt neque aetatum omnium neque locorum: haec studia adulescentiam alunt, senectutem oblectant, secundas res ornant, aduersis perfugium ac solacium praebent, delectant domi, non impediunt foris, pernoctant nobiscum, peregrinantur, rusticantur.» Traducción: «Si solo se buscara placer en estas aficiones, juzgarías al menos (como creo) que esta actividad es la más propia para el hombre y la más digna de las personas libres.
Pues las demás no son adecuadas para todos los tiempos, ni para todas las edades, ni para todos los lugares: estas aficiones nutren la juventud y encantan la vejez, embellecen los momentos felices y ofrecen refugio y consuelo en los momentos difíciles, deleitan en casa y no interfieren afuera: acompañan nuestras noches, nuestros viajes y nuestras estancias en el campo.» Según Antonio Arbea, un hombre nuevo como Cicerón, que no era de Roma, sino de Arpino, un homo novus, esto es, uno sin ningún antepasado (qui nullos habet maiores) que fuera famoso por sus hazañas y cargos públicos (rebus gestis et honoribus), sino que, por sí mismo, comienza a ser famoso (sed ipse per se clarus esse incipit) era lo más semejante a Archia, sin alcurnia pero con méritos literarios y a quien muchos romanos de la nobleza consideraban, todavía, un advenedizo, por lo que los habrían visto con gusto excluidos de la política romana.
Así, pues, el venido de Arpino, al hacer la defensa de un no romano que por sus méritos intelectuales ha conquistado el derecho a la ciudadanía, hace también, vicariamente, su propia defensa Pro Cicerone, pro domo sua.