La guerra acabó con la victoria del bando realista pero esto no supuso el fin del pleito remensa porque Juan II no lo abordó ya que muchos señores feudales también habían defendido su causa.
En ese año los remensas se dirigieron al monarca exponiéndole que «el tiempo de la servidumbre, o sea de pagar exorquia, intestia, cogucia y otros derechos ya había pasado».
Las reuniones se realizarían bajo la presidencia de un oficial real que daría cobertura legal a la asamblea y también garantizaría su seguridad.
Como ha destacado, Jaume Vicens Vives, la autorización del sindicato remensa fue una media «decisiva, puesto que por primera vez la Corona daba carácter legal a las reivindicaciones de los payeses» y «asimismo, ofrecía la posibilidad de encauzarlas pacíficamente».
Entonces los señores se aprestaron a defenderse «contra tan gran daño y perjuicio de todos».
Este continuó con la política filoremensa lo que le enfrentó con los señores laicos y eclesiásticos de la Cataluña vieja también representados en las Cortes.
[21][22][23] En efecto, en los meses anteriores al inicio de la sublevación se habían producido altercados entre los señores y los payeses cuando aquellos se negaron a satisfacer las prestaciones y cargas que estos les exigían.
Ambos bandos, señores y payeses, han derivado hacia posiciones maximalistas; aquéllos pretenden negar toda eficacia a las disposiciones de Alfonso V sobre los sindicatos de los remensas y la suspensión de las prestaciones por los malos usos, y quieren verse restablecidos, pura y simplemente, en el pleno goce de sus derechos; los payeses, por otro lado, no sólo intentan beneficiarse de los decretos otorgados por dicho monarca, sino que, además, incluyen en sus reivindicaciones todo censo o prestación, alegando que “eran malos usos” y no debían ser pagados, como comprendidos, asimismo, en aquellos decretos».
Eran un territorio agreste y montañoso habitado por unos 1830 hogares, es decir, unas 10 000 personas, lo que constituye el 10 % del censo global remensa, aunque a esa zona acudieron remensas de otras comarcas de la Cataluña Vieja.
«Podemos alegar su mayor prosperidad» pero también que su «sentimiento favorable a la Diputación debió verse en gran manera estimulado por la invasión de los franceses en 1462, en los cuales el habitante de la frontera percibía, quizá confusamente, al extranjero y al rival en cien contiendas históricas, lo que le llevaba a colocarse bajo las banderas de las instituciones tradicionales».
Pero como estas disposiciones no acabaron con la rebelión la reina decidió intentar alcanzar una tregua para la que se puso en contacto con el líder remensa Francesc de Verntallat.
[38][36] Según Jaume Vicens Vives, Verntallat fue «el alma del movimiento remensa, y quien, con un innegable sentido del oportunismo, lo llevó al triunfo bajo Juan II y Fernando el Católico».
[39] Según César Alcalá, «con la intervención de Verntallat se consiguió formar compañías militares bien organizadas y disciplinadas».
Su consigna fue «Monarquía, paz, justicia y concordia» y su propósito defender al rey para que pudiera dar «el derecho de la verdadera justicia a quien la tuviera» ―en esto los remensas no se apartaban de la estrategia que habían defendido hasta entonces, como ha señalado Vicens Vives: «el recurso al soberano ante la intransigencia señorial»―.
También influyeron en su rechazo las drásticas medidas que tomó el conde de Pallars contra los remensas en su camino hacia Gerona ―en seis días ordenó la ejecución de doce remensas sin haber sido sometidos a juicio―.
Desde allí hostigaron las posiciones de la Generalidad en las comarcas del Ampurdán y La Selva.
Por otro lado este mismo rey concedió en 1486 el título de generoso y privilegio militar a treinta remensas que habían participado en la defensa de Gerona, lo cual no suponía en absoluto, como ha destacado Vicens Vives, que Verntallat y los otros remensas renunciaran a sus aspiraciones de emancipación social.
[58][28] Asimismo Juan II tomó las medidas necesarias para que los castillos y plazas fuertes que los remensas habían conquistado durante la guerra en su nombre les fueran devueltas a él o a sus señores.
El rey expidió inmediatamente una provisión en la que les conminaba a pagar «exceptuados los malos usos».