Primado papal

Las Iglesias Ortodoxas consideran al obispo de Roma como el «Patriarca del Occidente» y como el primer obispo entre sus pares o iguales (primus inter pares), por lo que ostentaría solamente una primacía de honor (negando por eso la autoridad suprema del Papa), que, desde el Cisma de Oriente (1054), no tiene ningún poder concreto sobre estas Iglesias cristianas.

[3]​ pero «todavía existe divergencia entre católicos y ortodoxos en cuanto a las prerrogativas» y los privilegios de esta primacía,[4]​ visto que los ortodoxos siguen concediendo al Papa solamente una simple primacía de honor.

El mes anterior monseñor Lorenzo Gastaldi había afirmado rotundamente en una de las sesiones del concilio que «la única sede apostólica es la romana y sólo el romano pontífice es llamado desde tiempos inmemoriales señor apostólico».

Una minoría de los obispos, unos setenta, se opusieron y abandonaron el concilio y algunos teólogos alemanes, que también se manifestaron en contra, como Johan Joseph Ignaz von Döllinger o Johann Friedrich, fueron excomulgados (otros teólogos acabarían cediendo a la presión del Vaticano, como también lo hicieron los obispos contestatarios).

Ni siquiera Pablo —que escribe desde esta ciudad sus últimas epístolas— menciona su presencia en la capital del Imperio.

Tampoco poseemos dato alguno a este respecto en los Hechos de los Apóstoles, ni en los Evangelios sinópticos.

El obispo mártir Ignacio, a principios del siglo II, tampoco hace referencia del supuesto martirio de Pedro en Roma, bajo el reinado de Nerón.

González Salinero no concede demasiada verosimilitud a este testimonio porque la carta está escrita un siglo después de los acontecimientos, el obispo Dionisio estaba muy lejos de Roma y porque «sus inexactitudes son habituales.

González Salinero concluye que «la comunidad cristiana de Roma no fue fundada ni por Pedro ni por Pablo (Doroteo de Tesalónica, en el siglo VI, les atribuyó un doble episcopado), sino por unos anónimos judeocristianos… Según las fuentes conservadas, a mediados del siglo II nada se sabía aún sobre la supuesta designación de Pedro como cimiento de la Iglesia, ni sobre su estancia y martirio en Roma.

[15]​ El teólogo católico Juan Antonio Estrada, aunque sí considera que Pedro estuvo en Roma y murió allí martirizado, descarta como González Salinero que Pedro fuera obispo de Roma con argumentos similares.

Al reivindicarlo como primer obispo de la iglesia romana se alude a su vinculación por haber sufrido allí el martirio».

[15]​ Según Baslez, con Constantino I «la multipolarización del cristianismo no desaparece, sino que nuevos polos emergen, en primer lugar con la fundación de Constantinopla en 330.

[…] Al final del siglo IV, la Iglesia católica no está todavía centralizada.

Aparece por primera vez sobre una lápida de la época de Liberio (352-366), mientras que ese título ya se utilizaba desde hacía tiempo en Oriente para llamar a obispos y abades.

[24]​ La historiadora Marie-Françoise Baslez ha señalado que durante los primeros siglos del cristianismo no existió una única autoridad centralizada, sino que «la Iglesia estaba constituida por comunidades locales, más o menos autónomas».

[26]​ Esta tesis es compartida por Claire Sotinel cuando afirma que durante el Imperio Romano nunca existió una «organización comunitaria "universal" ["católica"]».

Innombrables documentos muestran que estos principios no fueron nunca aplicados sistemáticamente, tampoco los de los concilios posteriores...».

[27]​ En conclusión, según Claire Sotinel, «en el sentido antiguo del término, la Iglesia nunca "se volvió" católica; lo fue siempre si se habla de la aspiración a la unidad perfecta de todos los cristianos...

[27]​ Por otro lado, Marie-Françoise Baslez ha indicado que desde finales del siglo II se celebraron sínodos (o «concilios», en latín) de obispos a escala local o regional que se ocuparon de disputas doctrinales o disciplinarias que se zanjaban mediante la publicación de una carta colegiada «sinodal».

Los acuerdos adoptados, votados por mayoría, tenían un carácter «universal» y debían ser observados por las iglesias locales —de ahí que la carta sinodal funcione como una «carta católica», término que comienza a emplearse a finales del siglo II—.

[30]​ De hecho, el «Santo, Grande y Universal Concilio» simplemente se dirigió al obispo de Roma como «Arzobispo León»,[31]​[32]​ a lo que este respondió considerando ilegal el canon 28.

Le advirtieron además —y más tarde a su sucesor Celestino I— que no «introduzcan el orgullo vacío del mundo en la Iglesia de Cristo» y que «mantengan sus narices romanas fuera de los asuntos africanos».

También dictaminó que si alguno de los clérigos africanos no apelaba a las autoridades africanas, sino que cruzaba el Mediterráneo para presentar su apelación «el mismo era ipso facto expulsado del clero» (Canon 105).

[42]​ Tampoco era imprescindible su presencia para que se celebrara un concilio, pero para que fuera válido necesitaba su confirmación, lo cual se aplicaría en todos los concilios ecuménicos, incluidos los anteriores al Cisma de Oriente.

Sólo Jesucristo y vuestro amor desempeñarán el oficio de obispo» (Ad Rom.

Pero no son tan solo el saludo o algunos comentarios aislados los que demuestran la singularidad de esta carta.

Entonces, sería claro que su lucha de San Agustín y San Aurelio fue contra la mala influencia de los pelagianos en la iglesia latina, pero no contra las legítimas autoridades romanas, las cuales habrían sido quienes convocaron el sínodo originalmente y que incluso llegarían a enviar delegados tras resolverse los malentendidos, y así poder legitimar el concilio.

[52]​ En simultáneo, el emperador Honorio (395-423) emitió en 418 una orden de expulsión del territorio italiano para los pelagianos y para aquellos que no aprobaran la Epistola tractoria de condena enviada por el Papa Zósimo a todos los obispos: entre otros, fueron exiliados Celestio y Juliano de Eclana.

En cuanto a las decisiones en algunos cánones como el 105, serían de índole pastoral y no de carácter dogmático (al ser un concilio regional y no ecuménico, sin autoridad para definir doctrinas).

Estatua de San Pedro en la plaza de San Pedro de Roma. El primado de Pedro es el fundamento de la primacía del obispo de Roma o Papa sobre el resto de los obispos según la Iglesia católica que la estableció como dogma en el Concilio Vaticano I (1869-1870).
El papa Pío IX fotografiado en 1864.
Vista interior de la cúpula de la Basílica de San Pedro en la que aparece el pasaje del Evangelio de San Mateo (16, 18-19) en el que la Iglesia católica ha basado el primado de Pedro del que deriva el primado papal: «TV ES PETRVS ET SVPER HANC PETRAM AEDIFICABO ECCLESIAM MEAM ET TIBI DABO CLAVES REGNI CAELORVM» ("Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia. A ti te daré las llaves del reino de los cielos").
Cuadro de Caravaggio La crucifixión de San Pedro , 1601 (Cappella Cerasi, Santa Maria del Popolo , Roma ). Recoge la tradición de que el apóstol Pedro fue crucificado en Roma cabeza abajo porque no se consideraba digno de serlo de la misma forma que Jesús .