En español su cognomen suele ser Pilatos, quizás por influencia de la forma griega, Πειλᾶτος, o también reflejando el nominativo latino Pilatus.
Aun cuando Pilato puede considerarse la forma más correcta, Pilatos ha sido sancionado por el uso y, por ello, está reconocido por las Academias de la Lengua, las cuales la emplean en diversas entradas del Diccionario de la lengua española.
[7] Muchos detalles que carecen de cualquier confirmación por otras vías, especialmente relativos a sus supuestos arrepentimiento, suicidio o condena y decapitación, han sido añadidos a la tradición biográfica a partir de las Actas de Pilato, un relato contenido en los evangelios apócrifos, que circularon con más profusión por Oriente; entre aquellos se cuentan también un nombre para su esposa, Claudia Prócula, canonizada como santa por la Iglesia ortodoxa etíope y por la bizantina, o un (improbable) nacimiento de Pilato en Tarraco (Tarragona).
[12] Filón se refiere a Poncio Pilato como un hombre «de carácter inflexible y duro, sin ninguna consideración».
Más aún, según este escritor de Alejandría, el gobierno de Poncio se caracterizó por su «corruptibilidad, robos, violencias, ofensas, brutalidades, condenas continuas sin proceso previo, y una crueldad sin límites».
Cronológicamente, las siguientes menciones de Pilato en fuentes históricas corresponden a las obras de Flavio Josefo, historiador judío y ciudadano romano, quien escribió en el último cuarto del siglo I.
Según este historiador, Pilato tuvo un mal comienzo en lo que respecta a las relaciones con los judíos de su provincia: de noche envió a Jerusalén soldados romanos que llevaban estandartes militares con imágenes del emperador.
Después de cinco días de discusión, Pilato intentó atemorizar a los que hicieron la petición, amenazándolos con que sus soldados los ejecutarían, pero la enconada negativa de aquellos a doblegarse, pues incluso se inclinaron en tierra y mostraron sus cuellos para ser degollados, aunque Pilato solamente había pretendido engañarlos para que cedieran, y, dado el alto coste político, ya que Pilato llevaba apenas seis semanas en el puesto y habría tenido que ejecutar en esa sola ocasión hasta a seis mil judíos, le hizo acceder a su demanda.
Los sacerdotes se negaron en principio alegando que era dinero sagrado, pero cedieron bajo la condición de que se ocultara el origen de los fondos y de que el principal flujo del líquido llegara a los depósitos del propio Templo, pero el acuerdo fue descubierto.
Grandes multitudes vociferaron contra este acto cuando Pilato visitó la ciudad y el prefecto envió soldados disfrazados para que se mezclasen entre la multitud y la atacasen al recibir una señal, lo que terminó con muchos judíos muertos o heridos.
Incluso se ha llegado a relacionar su decisión de ceder ante la presión del Sanedrín judío en el juicio de Jesús —cuando los sacerdotes le recordaron que si soltaba a un supuesto subversivo como Jesús, que se proclamaba rey, entonces no era amigo del César, es decir, del emperador de ese momento, Tiberio— con el intento de salvar su carrera e incluso su vida y así evitar que Tiberio sospechara de su lealtad y lo mandara llamar a Roma para investigarlo y juzgarlo como asociado a Sejano.
Según algunos autores estos registros oficiales, que no se conservan, pudieron existir todavía durante el siglo II, por lo cual Justino instaba a sus lectores a comprobar con ellas la veracidad de lo que decía.
Del mismo modo, en su Apologeticus, escrito en 197, Tertuliano informó de datos originales sobre Pilato según los cuales el gobernador habría hecho un informe al emperador sobre los acontecimientos en Judea en relación con Cristo.
Los evangelios implican claramente que Pilato se dio cuenta de que no había ningún cargo auténtico contra Jesús,[b] y el lavatorio simbólico de las manos añadido por Mateo, viene a subrayarlo.
La iglesia etíope acordó su festividad el 19 de junio, junto a su esposa Prócula.
Sirvió de inspiración a Joyce para Dublineses, en especial para el relato más conocido, «Los muertos».
Aquí Pilato ejemplifica la afirmación «La cobardía es el peor de los vicios», y, por lo tanto, sirve como modelo, en una interpretación alegórica de la obra, para todas las personas que se han «lavado las manos» en silencio o tomado parte activa en los crímenes cometidos por José Stalin.