Bien se opta por valorar más a los antiguos, cuyo mérito se considera probado por el paso de los siglos y la admiración que reciben generación tras generación; bien a los modernos, sosteniendo que la época contemporánea, con sus costumbres, sus leyes y sus artes, es superior a cualquier cosa que haya venido antes.En realidad los dos partidos se venían formando desde algunos años antes y rivalizaban no solo por cuestiones ideológicas; los Modernos, que defendían los méritos intelectuales de su tiempo, estaban más cercanos a la Corona; los Antiguos, paladines de las virtudes clásicas y humanistas, eran más autónomos e independientes.Hasta tal punto se dieron intervenciones en la querella en otros países que, por ejemplo, Jonathan Swift, para defender a William Temple en su argumentación acerca de la primacía de los antiguos,[6] escribe la sátira literaria La batalla de los libros antiguos y modernos (The Battle of the Books, 1704).En el siglo xvii hubo grandes figuras intermedias hasta Newton —como John Donne (1625), George Hakewill (1627) y Marin Mersenne (1634)—, que hablaron de estar «a hombros de gigantes».[8] La frase la han repetido Coleridge, Engels, Stuart Mill o Freud.