[4] Se podría por lo tanto considerar que habría una “descendencia” ideal, pero no de sucesión histórica, propiamente dicha.
[4]No obstante, no se puede demostrar, un lazo evidente entre el movimiento valdense y la «reforma claudiana», salvo quizás una reacción común a muchos cristianos de la época frente a la Iglesia católica de Roma.
Sin duda recuerdos de esta prédica pueden haber ayudado a establecer el movimiento valdense.
Estos, como homenaje al ilustre predecesor, fundaron una imprenta y luego una editora, que aún existe, en Turín llamada: «Claudiana», cuyo objetivo era: Far conoscere in Italia i veri princìpi e la pura morale dell'Evangelo, es decir «Dar a conocer en Italia los verdaderos principios y la pura moral del Evangelio»[5] La secta de los “Cátaros” - así llamados del griego “cátaros” que significa “puros” - precedió al movimiento valdense y se había difundido mucho, tanto en Lombardía como en la Francia Meridional, y especialmente en Provenza, donde sus adherentes tomaron el nombre de Albigenses, de la ciudad de Albi, una de sus sedes primitivas; esta secta estaba dominada por la antigua doctrina de los Maniqueos, la que consistía en explicar el origen de las cosas, mediante un doble principio eterno: el espíritu y la materia, el bien y el mal.
Los monjes eran poderosos en San Giles y no les fue difícil azuzar a sus fieles que, furibundos, se apoderaron del predicador y lo echaron a la hoguera que él había levantado.
Finalmente, una delegación apostólica, enviada por el papa Eugenio III en 1147, logró arrestar nuevamente al peligroso innovador, quien, después de tres años, murió en la cárcel.
Abelardo buscaba reformar, no tanto el dogma, sino la disciplina del clero, amonestando que urgía imitar la simplicidad austera de los primeros cristianos.
Pero el altivo bresciano, no siguió su ejemplo, y, antes que plegarse, prefirió abandonar a Francia, perseguido por Bernardo de Claraval; aún en Zúrich, donde se había refugiado, lo alcanzó el odio del implacable abad, al punto que tuvo que buscar protección cerca de un cardenal italiano, en Alemania.
Pasados pocos años, Arnaldo vuelve a su patria, a Viterbo, reconciliándose con el papa Eugenio III, al que prometió volverse juicioso y hacer la penitencia, visitando con ayunos y plegarias, los lugares santos de Roma.
[4] En Roma, (1145) Arnaldo encontró mucha agitación: los romanos se habían insurreccionado, reivindicando para su Comuna, la independencia absoluta del gobierno pontificio.
Por algún tiempo Arnaldo permaneció apartado, más luego no pudo contenerse, e indignado por lo que consideraba la vida mundana de los cardenales, comenzó a predicar con su acostumbrado ímpetu arrebatador, negando que se debiese obediencia y menos aún reverencia a los cardenales, y al papa mismo, porque: "... éstos habían abandonado abiertamente la vida y la doctrina de los apóstoles, transformando la Iglesia en casa de mercaderes y en cueva de ladrones ...".
[4] Pero la situación debía cambiar rápidamente, con la elección para pontífice, del intransigente y duro Adriano IV, el único inglés que haya sido papa.
El pueblo, temeroso y amedrentado, se sublevó obligando al Senado revolucionario a capitular.
Y Arnaldo huyó, pero el emperador Federico Barbarroja, que de Lombardía bajaba rápidamente hacia Roma, consiguió atraparlo, y, para congraciarse con Adriano IV, lo remitió al prefecto pontificio de Civita Castellana, donde precisamente el papa había llegado para saludar a Barbarroja.
Arnaldo afrontó intrépido la muerte; cuando ya le habían puesto el lazo al cuello, se le preguntó si quería retractarse de sus doctrinas y confesar sus culpas; respondió: “La doctrina que he predicado es de salud y estoy pronto a sellarla con mi sangre; pido tan sólo, corno gracia, algunos instantes para confesar mis culpas a Cristo”.
Y entonces, arrodillado, sin palabras, invocó mentalmente a Dios, recomendándole su alma.
En vista de la actitud resuelta asumida por "Los Pobres" y no encontrando ningún argumento persuasivo para reducirlos a la obediencia, vale decir al silencio, el arzobispo terminó por desterrarlos sin más, de la ciudad.
Valdo pidió formalmente al nuevo arzobispo de Lyon, Jean des Bellesmains,[8] según la disposición del Concilio, la autorización para predicar; la respuesta fue una negativa categórica.
Con esa respuesta Valdo se reveló, según el historiador, un verdadero reformador.
A continuación pasaron a establecerse y crecer en número, en los países más lejanos, donde los Cátaros les habían abierto las puertas: en Alsacia, en Lorena (especialmente en Metz), en Suiza, en Alemania, en España, además de Italia, donde, se unieron con los Arnaldistas y los Humillados.
Los Cátaros fácilmente se unieron a los Patarinos, y de tal modo parecieron aliados que muchas veces eran llamados Catarini.
Eran quizás, entre todos los disidentes, los que acentuaban mayormente su independencia de la Iglesia romana, firmes en este principio: que tan sólo quien lleva vida conforme a la de los apóstoles, puede apacentar las almas y administrar los Sacramentos".
La orden estaba compuesta primeramente de laicos, pero acogió más tarde sacerdotes; estos últimos terminaron por someterse al papa, el que prohibió categóricamente a los laicos celebrar reuniones y predicar en público.
La prohibición papal no tuvo otro efecto que separarlos definitivamente de la Iglesia y empujarlos a la fusión con los Arnaldistas.