[1] El hormigón romano se podía emplear solo, dándole forma dentro de un encofrado,[2] o usarlo para llenar los espacios entre paredes y bóvedas rellenando el espacio entre dos paredes de bloques rectangulares de piedra que funcionan como encofrado perdido (opus quadratum, opus vittatum y opus reticulatum).
A medida que se iba subiendo la pared, se podían poner hiladas de ladrillos atravesadas a lo ancho de la pared, lo que permitía trabar ambas paredes exteriores, para que la distancia entre ambas permanezca constante y aumentar la resistencia del conjunto.
[6] A mediados del siglo I, los principios de la construcción bajo el agua con hormigón eran bien conocidos por los constructores romanos.
Se preferían cenizas volcánicas, llamadas pozzolanas o "arenas de pozo", cuando podían ser conseguidas.
Una vez fraguado, el hormigón romano exhibía poca plasticidad, aunque conservaba cierta resistencia a tensiones de tracción.
En contraste, el hormigón convencional moderno expuesto al agua salada se deteriora con el tiempo.
[10][11] Las resistencias a la compresión para los cementos Portland modernos están típicamente en el nivel de 50 MPa y han mejorado casi diez veces desde 1860.
Estas resistencias a la tracción varían sustancialmente de la relación agua/cemento utilizada en la mezcla inicial.