Este procedimiento se extendió a la química orgánica gracias al desarrollo del concepto de grupo funcional.
Para caracterizar cada uno de estos grupos funcionales, se escogió a menudo una sustancia particular como prototipo, como el alcohol.
Es así como este nombre se convirtió en el genérico para un grupo de sustancias y, unido a un adjetivo oa un complemento, permitió la obtención de nombres específicos, sin ambigüedad, para todas aquellas sustancias que poseían la misma función (alcohol etílico, alcohol propílico, ácido valérico, ácido caprílico, etc.).
Posteriormente, cuando la estructura de los radicales fue mejor conocida, se pudo formar nombres funcionales verdaderamente sistemáticos, lo que dio lugar a la llamada nomenclatura radico-funcional, empleada todavía hoy (etanol, propanol, ácido pentanoico, ácido octanoico, etc.).
Esta tarea fue iniciada en 1892 en el Congreso de la Comisión Internacional de Químicos, celebrado en Ginebra,[2] donde se propuso una nomenclatura sustitutiva que da prioridad al esqueleto carbonato, cuya nomenclatura queda definitivamente establecida, y considera las funciones como sustituyentes del esqueleto.
Así, muchos sistemas ad hoc se habían desarrollado para fines particulares más que generales, ya menudo se desarrollaban dos o más métodos para nombrar un compuesto determinado que pertenecía a una clase determinada.
Cada nombre podía tener valor en una situación específica o ser preferido por algunos usuarios, pero entonces existía la posibilidad de confusión.
El trabajo continuó en 1921 cuando la IUPAC, en su segunda conferencia, nombró comisiones sobre la nomenclatura de la química inorgánica, orgánica y biológica.
La Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, (acrónimo IUPAC, por su nombre en inglés International Union of Pure and Applied Chemistry), es la autoridad universalmente reconocida sobre la nomenclatura y la terminología de la química.